jueves, 31 de diciembre de 2009

La hoguera de las vanidades. Tom Wolfe

"-Déjenme terminar. ¿Creen uuusteedes que...?
-¡No nos vengas con porcentajes, tío! ¡Lo que queremos es trabajo!
La muchedumbre entra de nuevo en erupción. La cosa se pone cada vez más fea. El alcalde no entiende casi nada de lo que le están gritando: inter­jecciones salidas desde el fondo de la cesta de la compra. Pero sí capta todo eso de Gober. Ahí abajo hay un bocazas, y lo que dice le llega claramente por encima del estruendo.
-¡Gober! ¡Gober! ¡Gober!
Pero lo que dice no es Gober. Lo que dice es Goldberg.
-¡Eh, Goldberg! ¡Goldberg! ¡Goldberg!
El alcalde se queda aturdido. ¡Aquí, en Harlem! Goldberg es el mote con el que los negros insultan a los judíos. ¡Escandaloso! ¡Qué insolencia! ¡Cómo se atreve alguien a gritarle estas vilezas al alcalde de Nueva York!
Abucheos, silbidos, gruñidos, carcajadas, gritos. La masa tiene ganas de ver cómo le parten un diente. La masa ha perdido el control.
-Díganme ustedes...
No sirve de nada. No lo oyen, ni siquiera cuando usa el micrófono. ¡Cuánto odio en sus rostros! ¡Puro veneno! Es hipnótico."

Los usurpadores. Francisco Ayala

Yo, el lobo y las galletas (de chocolate). Delphine Perret




lunes, 30 de noviembre de 2009

Un armario lleno de sombra. Antonio Gamoneda


"Eran ya días de escasez de alimentos, escasez que aumentaba a medida que los territorios y las ciuda­des iban siendo «liberados» por las tropas naciona­les. Habría de ser 1938 o quizá ya 1939; estábamos en los que, según el calendario de la nueva era, serían segundo o tercer «año triunfal», aunque a 1939 hubo de mudársele el nombre para ser con­vertido en «año de la victoria». Algunos alimentos (el aceite, por ejemplo), en León, se adquirían apor­tando cupones, pero creo que, en los días que aho­ra traigo a la escritura, no existía aún un raciona­miento severo, regido por la que se llamó Comisaría General de Abastecimientos y Transportes. Madrid no había caído. No se hacía acuñación de metales; circulaban billetes de una peseta en adelante. Fun­cionó durante algún tiempo una curiosa moneda fraccionaria: en cartoncillos de tres o cuatro centí­metros por el lado mayor, aparecían pegados sellos de correos de cinco, de diez, de veinticinco y de cin­cuenta céntimos, que pronto adquirían un aspecto grasiento. La plata, republicana o monárquica, de­sapareció, y la circulación de los cobres y las mone­das de níquel (el agujereado real) empezó también a restringirse. Supongo que había una política de recogida del dinero que tenía en sí mismo valor ma­terial, como antes se había hecho con el oro y las joyas que los «patriotas» entregaban con mejor o peor voluntad para la «causa». Desconozco lo que, a los mismos efectos, pudiera estarse haciendo en el otro lado, en los territorios de dominio aún republicano."

martes, 17 de noviembre de 2009

lunes, 16 de noviembre de 2009

A thousand splendid suns. Khaled Hosseini

"THE CLIMB WAS HARD for Tariq, who had to hold on to both Laila and Babi as they inched up a winding, narrow, dimly lit staircase. They saw shadowy caves along the way, and tunnels honeycombing the cliff every which way.
"Careful where you step," Babi said. His voice made a loud echo. "The ground is treacherous."
In solne parts, the staircase was open to the Buddha's cavity.
"Don't look down, children. Keep looking straight ahead. "
As they climbed, Babi told them that Bamiyan had once been a thriving Buddhist center until it had fallen under Islamic Arab rule in the ninth century. The sandstone cliffs were home to Buddhist monks who carved caves in them to use as living quarters and as sanctuary for weary traveling pilgrims. The monks, Babi said, painted beautiful frescoes along the walls and roofs of their caves.
"At one point," he said, "there were five thousand monks living as hermits in these caves."
Tariq was badly out of breath when they reached the top. Babi was panting too. But his eyes shone with excite­ment.
"We're standing atop its head," he said, wiping his brow with a handkerchief. "There's a niche over here where we can look out."
They inched over to the craggy overhang and, standing side by side, with Babi in the middle, gazed down on the valley."

Cartero. Charles Bukowski

"Yo siempre compraba el paquete de cervezas en el camino de vuelta, y una mañana desbarré totalmente. Subí las escaleras (no había ascensor) y metí la llave... La puerta se abrió. Alguien había cambiado de sitio todos los muebles, habían puesto una alfombra nueva. No, los muebles también eran nuevos.
Había una mujer en el sofá. Tenía buena pinta. Joven.
Buenas piernas. Rubia.
-Hola -dije-, ¿te apetece una cerveza?
-¡Hola! -dijo ella-. Está bien, tomaré una.
-Me gusta como ha quedado arreglado el sitio -le dije.
-Lo hice yo misma.
-¿Pero por qué?
-Me apetecía -dijo ella.
Bebimos de nuestras cervezas.
-Estás muy bien -dije yo. Dejé mi bote de cerveza y le di un beso. Puse mi mano en una de sus rodillas.
Era una bonita rodilla.
Tomé otro trago de cerveza.
-Sí -dije-, realmente me gusta el aspecto del sitio.
Con toda seguridad va a estimular mi espíritu.
-Me alegro. A mi marido también le gusta.
-¿Pero por qué a tu marido...? ¿Qué? ¿Tu marido? ¿Oye, cuál es el número de este apartamento?
-El 309.
-¿El 309? ¡La hostia! ¡Me he equivocado de piso! Yo vivo en el 409. Mi llave abrió tu puerta.
-Siéntate, querido -dijo ella.
-No, no...
Cogí las 4 cervezas que quedaban.
-¿Por qué te vas? -preguntó ella.
-Algunos hombres están locos -dije, yéndome hacia la puerta.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir, que algunos hombres están enamorados de sus esposas.
Ella se rió:
-No te olvides de dónde estoy.
Cerré la puerta y subí un piso más. Abrí mi puerta..
No había nadie allí. Los muebles estaban viejos, todo des­conectado, la alfombra prácticamente descolorida. El sue­lo lleno de latas de cerveza vacías. Estaba en el sitio correcto."

miércoles, 14 de octubre de 2009

Viajes por el Scriptorum. Paul Auster

"El anciano está sentado al borde de la estrecha cama, las manos apoyadas en las rodillas, la cabe­za gacha, mirando al suelo. No sabe que hay una cámara instalada en el techo, justo encima de él. El obturador se acciona silenciosamente cada se­gundo, realizando ochenta y seis mil cuatrocientas instantáneas con cada rotación de la tierra. Aun­que supiera que lo están vigilando, le daría lo mis­mo. Está como ausente, perdido entre los fantas­mas que pueblan su imaginación mientras busca una respuesta a la pregunta que lo atormenta.
¿Quién es? ¿Qué está haciendo ahí? ¿Cuán­do ha llegado y cuánto tiempo se quedará aún? Con suerte, el tiempo nos lo dirá todo. De mo­mento, nuestro único cometido consiste en estu­diar las fotos con el mayor detenimiento posible y abstenemos de extraer cualquier conclusión prematura."

lunes, 12 de octubre de 2009

Paraíso inhabitado. Ana María Matute

" El doctor Zarangüeta dijo:
-Esta niña está triste... esta niña tiene algo que la está royendo por dentro... ¿Dónde está su madre, por Dios...?
Pero yo sabía que no se trataba de las ausencias -más o menos frecuentes- de mamá: era sentirme privada de la compañía de Gavi, de nuestro territorio de lecturas conjuntas, muy bien enmarca­do en el trocito de alfombra donde nos tendíamos a leer. Nuestras confidencias a través del Teatro de los Niños, y la historia bordada en oro y pájaros, que extendía ante nuestros ojos Teo... y a Zar, que cuan­do no saltaba tras la pelota, se tendía con las patitas delanteras juntas, el morro encima, y mirándonos de reojo, en su particular parcela de alfombra, en la otra esquina, con sus correspondientes rombos y círculos azules y marrones. Ésa era mi tierra, ésa era mi ciudad.
Y, por vez primera, supe lo que era la añoranza, porque empezaron a revivir en mi memoria las tar­des en que Teo dejaba de coser, y yo vi por primera vez un samovar."

Rayuela. Julio Cortazar

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y enton­ces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos come si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimien­tos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simul­táneo del aliento, esa instántanca muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua."

viernes, 18 de septiembre de 2009

La esclusa número uno. Georges Simenon

"Cuando al día siguiente, a las seis de la mañana, se apeó Maigret del tranvía 13 y se dirigió hacia la esclusa. Émile Ducrau se encontraba ya en pie en el muelle de descarga, con la gorra de marino en la cabeza y un pesado bastón en la mano.
Al igual que las mañanas anteriores, existía en el am­biente, en la vida matinal de París, por la gracia de la primavera, una alegría pueril. Algunos objetos, ciertas per­sonas, las botellas de leche ante las puertas, la quesera con su delantal blanco junto a su puesto, el camión, de regreso de los mercados, sembrando las últimas hojas de coles, eran como otros tantos símbolos de quietud y de alegría de vivir.
¿Lo era también una ventana de la casa alta, cuya fa­chada doraba el sol, y donde la criada de los Ducrau sa­cudía las alfombras en el vacío? Tras ella, en la penumbra del salón, se adivinaba a madame Ducrau, yendo y vinien­do, con un pañuelo anudado a la cabeza.
En el segundo piso las persianas permanecían cerradas y podía imaginarse, rayado por el sol, el lecho de Rose, la amante, que dormía con los brazos cruzados, las axilas húmedas...
Ducrau, instalado de plano en la jornada, lanzó una úl­tima frase al patrón del barco que salía de la esclusa y se deslizaba en la corriente del Sena. Había visto a Maigret. Sacó del bolsillo un grueso reloj de oro."

martes, 15 de septiembre de 2009

Las tumbas de Saint-Denis. Alejandro Dumas

"-En 1793, yo había sido nombrado director del Museo de monumentos franceses y, como tal, estuve presente en la exhumación de los cadáveres de la aba­día de Saint-Denis, cuyo nombre los patriotas esclare­cidos habían cambiado por el de Franciale. Cuarenta años más tarde puedo contaros las extrañas cosas que caracterizaron esa profanación.
»El odio por el rey Luis XVI que habían consegui­do inspirar al pueblo, y que no había podido saciar el cadalso del 21 de enero, se remontó a los reyes de su raza: se quiso perseguir a la monarquía hasta su fuente, a los monarcas hasta su tumba, arrojar al viento las ce­nizas de sesenta reyes.
»Además, quizá hubo curiosidad por ver si los grandes tesoros que se pretendían encerrados en algu­nas de aquellas tumbas se habían conservado tan intac­tos como se decía.
»El pueblo se abalanzó, pues, sobre Saint-Denis.
»Entre el 6 y el 8 de agosto, destruyó cincuenta y una tumbas, la historia de doce siglos.
»Entonces el gobierno decidió regularizar aquel desorden, excavar por su propia cuenta las tumbas y heredar de la monarquía a la que acababa de herir de muerte en Luis XVI, su último representante."

domingo, 13 de septiembre de 2009

Nadja. André Breton

"Me dispongo a regresar a mi casa. Nadja me acompaña en el taxi. Permanecemos si­lenciosos durante un rato; luego, brusca­mente, me empieza a tutear:
-Un juego. Di algo. Cierras los ojos y di algo. Lo que sea: una cifra, un nombre de pila. Así (cierra los ojos). Dos... ¿Dos qué? Dos mujeres. ¿Cómo son esas dos mujeres? Vesti­das de negro. ¿Dónde están? En un parque... Y luego, ¿qué hacen? ¡Vamos, es muy fácil! ¿Por qué no quieres jugar? Bueno, yo me ha­blo a mí misma de esta manera cuando es­toy sola, y me cuento toda suerte de histo­rias. Y no solamente historias fútiles. Vivo enteramente de esta manera.(1)
Me separo de ella delante de mi casa. «¿Y yo, ahora...? ¿A dónde ir? Pero es tan senci­llo bajar lentamente hacia la calle Lafayette y el Faubourg-Poissonnière, empezar el re­greso hacia el lugar donde habíamos es­tado. »

(1) ¿No se llega aquí al último extremo de la aspi­ración surrealista, a su máxima idea limite?"

jueves, 10 de septiembre de 2009

Pietr-Le-Letton. Georges Simenon

"Desde Saint-Lazare al ayuntamiento hay bastante distan­cia: es preciso atravesar todo el centro de la villa y, entre las seis y las siete de la tarde, los transeúntes se desperdi­gan como un gran oleaje por las aceras, y los automóviles van por las calles a un ritmo tan acelerado como el de la sangre en las arterias.
Con los hombros encogidos, su trinchera atada por la cintura, manchado de barro, de grasa, sus zapatos con los tacones torcidos, chapoteaba tropezando, empujando, sin de­tenerse ni volverse.
Tomó el camino más corto, por la calle du 4 Septembre, a través de Les Halles, lo que probaba que conocía el ca­mino.
Alcanzó el barrio judío de París, cuyo núcleo está formado por la calle des Rosiers, rozó las tiendas con inscripciones en judeo-alemán, los mataderos clandestinos, los escaparates de pan ázimo.
En un recodo, cerca de un pasillo largo y estrecho, que se asemejaba a un túnel, una mujer quiso cogerle del brazo, pero lo soltó, impresionada, sin duda, sin que él hubiese dicho una palabra.
Al fin se detuvo en la calle du Roi-de-Sicile, irregular, bordeada de callejones sin salida, de callejuelas, de patios bulliciosos, semibarrio judío, semicolonia polaca ya, y, luego de doscientos metros, se sumergió en el pasillo de un hotel.
Unas letras de mayólica anunciaban Au Roi-de-Sicile.
Debajo se leían inscripciones en hebreo, en polaco y en otras lenguas incomprensibles; seguramente en ruso tam­bién.
Al lado se levantaba una obra, en la que se distinguían los restos de un inmueble al que había sido preciso apun­talar con la ayuda de unas vigas.
Seguía lloviendo. Pero el viento no penetraba hasta el pa­sadizo.
Maigret oyó el ruido de una ventana que, bruscamente, se cerraba en el tercer piso del hotel. No dudó más que el ruso, y entró."

miércoles, 9 de septiembre de 2009

París era una fiesta. Ernest Hemingway.

"Atravesando un brazo del Sena se llegaba a la Île Saint-Louis, con sus calles estrechas y sus viejas casas altas y hermosas, pero en vez de cruzar el río uno po­día doblar a la izquierda y caminar a lo largo de los muelles, viendo al otro lado toda la longitud de la Île Saint-Louis y luego la Cité con Notre-Dame.
En los puestos de libros que hay en el pretil de los muelles uno encontraba a veces libros americanos re­cién publicados, y los vendían muy baratos. Entonces el restaurant de La Tour d' Argent tenía encima unas cuantas habitaciones y las alquilaban ofreciendo un descuento en el restaurant, y si los inquilinos al mar­charse dejaban algún libro en la habitación, el valet de chambre los vendía a un puesto cercano y la dueña del puesto los daba por muy poco dinero. No tenía nin­guna confianza en los libros escritos en inglés, apenas pagaba nada por ellos, y los revendía por un beneficio mínimo, pero rápido."

lunes, 31 de agosto de 2009

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño

"... Belano y Lima no eran revolucionarios. No eran escri­tores. A veces escribían poesía, pero tampoco creo que fueran poetas. Eran vendedores de droga. Básicamente marihuana aunque también ofrecían un stock de hongos en potes de cristal, en potecitos originariamente empleados para comidas infanti­les, y aunque a primera vista daba asco, un zurullo de caca in­fantil flotando en un líquido amniótico en el interior de un en­vase de cristal, al final nos acostumbramos a los jodidos hongos y eso era lo que más les pedíamos, hongos de Oaxaca, hongos de Tamaulipas, hongos de la Huasteca veracruzana o potosina o de donde demonios fueran. Hongos para consumir en nuestras fiestas o en petit comité. ¿Quiénes éramos nosotros? Pintores como yo, arquitectos como el pobre Quim Font (de hecho fue éste quien nos los presentó, sin sospechar, al menos eso prefiero suponer, la relación que no tardaríamos en establecer). Porque los chavitos estos eran en el fondo unos linces para los negocios. Cuando los conocí (en casa del pobre Quim) hablamos de poesía y de pintura. Quiero decir: de la poesía y de la pintura mexicana (¿existen otras?). Pero al poco rato ya estábamos ha­blando de drogas. Y de las drogas pasamos a hablar de nego­cios. Y al cabo de unos minutos ya me habían sacado al jardín y bajo la sombra de un chopo ya me hacían probar la marihuana que llevaban. Superior, sí señor, como hacía mucho que no había tastado. Y así me convertí en su cliente. Y de paso, les hice publicidad gratis con varios amigos pintores y arquitectos, y ellos también se convirtieron en clientes de Lima y Belano. "

viernes, 21 de agosto de 2009

Tres tristes tigres. Guillermo Cabrera Infante

"-Hay también el invento de las ciudades rodantes. En vez de viajar uno hacia ellas, son ellas las que vienen al viajero. Va uno a la Terminal...
-¿Uno? ¿Y si van dos?
-Es lo mismo. Habrá igualdad. Las estaciones vienen para todos. Se paran esos dos, pues, como un solo hombre en el andén. ¿Cuándo viene Matanzas? le pregunta a un inspector. Matanzas debe llegar de un momento a otro, si cumple el itinerario. Detrás se oye otra voz. ¿Cuándo llega Camagüey? Bueno, Camagüey trae algún retraso. Hay un aviso por los altavoces. ¡Atención viajeros a Pinar del Río! Por el andén número tres está llegando Pinar del Río. ¡Atención! Los viajeros a Pinar del Río se aprestan, cogen su equipaje y saltan del andén a la ciudad, que sigue su camino.
Nada nada nada.
-Hay otros inventos pequeños, más modestos.
-Pobres pero honrados.
-Como las máquinas que ruedan sin gasolina, por gravedad. No hay más que construir las calles cuesta aba­jo. La Shell descubrirá que su perla es de cultivo.
Nada de nada."

miércoles, 19 de agosto de 2009

A Study in Scarlet. Sir Arthur Conan Doyle

"Its invisibility, and the mystery which was attached to it, made this organization doubly terrible. It appeared to be omniscient and omnipotent, and yet was neither seen nor heard. The man who held out against the Church vanished away, and none knew whither he had gone or what had befallen him. His wife and his children awaited him at home, but no father ever returned to tell them how he had fared at the hands of his secret judges. A rash word or a hasty act was followed by annihilation, and yet none knew what the nature might be of this terrible power which was suspended over them. No wonder that men went about in fear and trembling, and that even in the heart of the wilderness they dared not whisper the doubts which oppressed them.
At first this vague and terrible power was exercised only upon the recalcitrants who, having embraced the Mormon faith, wished afterwards to pervert or to abandon it. Soon, however, it took a wider range. The supply of adult women was running short, and polygamy without a female population on which to draw was a barren doctrine indeed. Strange rumours began to be bandied about -- rumours of murdered immigrants and rifled camps in regions where Indians had never been seen. Fresh women appeared in the harems of the Elders -- women who pined and wept, and bore upon their faces the traces of an unextinguishable horror."

viernes, 7 de agosto de 2009

Cuentos para soñar. María Teresa León

"Aquello fue todo lo que pudo oir el Pájaro Azul. Nos balanceó un momento, sacudió sus alas y plaf, Pulgarcito y Nenasol caímos abrazados sobre un camión cargado de verduras que estaba parado en la calle.
Las coles y las lechugas habían detenido el golpe. Pulgarcito, que conoce el lenguaje de las plantas y de los bichos, una vez pasado el susto les preguntó:
- ¿A dónde vais, señora col?
- Al mercado, Pulgarcito-, contestó abriendo muy oronda sus hojas.
- Y eso ¿qué es?- volvió a preguntar.
- Un sitio, añadió la lechuga muy peripuesta y rizada, donde nos ponen para que los ricos nos compren.
Yo me estaba riendo mucho de Pulgarcito y de las verduras, cuando salió un caracol, que meneando los cuernos dijo:
- Qué presumida eres; con tal de que te vean, no te importa que te coman luego; pareces una mujer.
Yo me sentí ofendida; con el tiempo también mis falditas rojas crecerían un poco y sería como mamá y tendría niños a los que contaría cuentos y les haría ir a la escuela para que aprendiesen a leer.
- Estás equivocado, caracol; las niñas también son humildes y buenas.
No me entendió: volvió sus ojos largos hacia mí, y yo, enfadada del todo, aproveché una parada del camión para tirarme, llevándome detrás a Pulgarcito."

miércoles, 5 de agosto de 2009

La maravillosa vida breve de Óscar Wao. Junot Díaz

"En cierto modo, la vida en Santo Domingo durante el trujillato se parecía mucho al famoso episodio de La dimensión desconocida que a Óscar tanto le gustaba, en que un chamaco blanquito mons­truoso, dotado de energías divinas, gobierna una ciudad aislada por entero del resto del mundo, una ciudad llamada Peaksville. El chamaco blanquito es cruel e impredecible y toda la gente de la «comunidad» vive aterrorizada, denunciándose o traicionándo­se unos a otros por cualquier razón con tal de no ser mutilados o, más siniestramente, enviados a los maizales. (Después de cada atrocidad -ya sea ponerle tres cabezas a un topo, desterrar al mai­zal a un amigo que ya no le interesa o hacer que la nieve caiga en los últimos cultivos- el pueblo horrorizado de Peaksville siempre tiene que decir: Estuvo bien lo que hiciste, Anthony, estuvo bien.

Entre 1930 (cuando El Cuatrero Fracasado tomó el poder) y 1961 (el año en que lo acribillaron) Santo Domingo era el Peaks­ville del Caribe, con Trujillo en el papel de Anthony y nosotros en el del hombre al que transforma en un Jack-in-the-Box. La com­paración tal vez les haga voltear los ojos pero, amigos, sería difí­cil exagerar el poder que ejercía Trujillo sobre el pueblo dominica­no y la sombra de miedo que cubría la región."

jueves, 23 de julio de 2009

La sangre de los cátaros. Elizabeth Chadwick.

"-¿Qué me dices de Tolosa? -preguntó-. ¿Qué ha ocurrido aquí? Hubert cruzó los tobillos, apoyó un brazo en la mesa y recostó el otro sobre la cadera.
-Bueno, el nuevo papa se ha mostrado muy decidido a acabar con la he­rejía. Guzmán quizá esté muerto, pero su descendencia espiritual está por todas partes. Últimamente no puedes dar ni un paso sin tropezarte con un fraile con la oreja pegada al suelo y la nariz vuelta hacia el olor de la here­jía, así que no me extraña que los llamen los perros de Dios. -Chasqueó la lengua antes de seguir hablando-: Los cátaros por lo menos te dejan tomar tus propias decisiones..., pero si no estás de acuerdo con los frailes negros, se te llevan para interrogarte y nadie vuelve a verte, a menos que sea enca­denado a un poste o atado a la picota mientras te azotan delante de la basílica.
-Lo recuerdo -murmuró Domingo.
-No; no lo recuerdas -le contradijo Hubert, con el rostro repentina­mente ensombrecido-. Ahora la situación es mucho peor que cuando vivías aquí. El papa Gregorio tiene el bocado bien sujeto entre los dientes. ¿Toda­vía no has salido a la calle?
-Cabalgué un rato ayer.
-Bueno, pues échale un buen vistazo. Hay túnicas negras por todas par­tes y gentes que llevan capas con cruces amarillas cosidas para indicar que son herejes arrepentidos; en realidad el único delito que han cometido ha sido el de haberse cruzado con un verdadero hereje en la calle. Ahora es pre­ferible que te vean ir a misa cada día y adorar el crucifijo. Lleva una cruz col­gada del cuello, y otra bordada en la sobreveste. Apresúrate a arrodillarte sin pensártelo dos veces cuando estés dando un paseo. -Hubert se pasó el dor­so de la mano por el labio superior-. ¿Sabes qué otras cosas están ocurrien­do, muchacho?
Domingo negó con la cabeza.
-Pues que los frailes se niegan a permitir que el viejo conde Raimundo sea enterrado en suelo sagrado. Su ataúd ya lleva casi nueve años en una es­tancia del hospital de San Juan, y eso que ni siquiera llegó a ser condenado por herejía. -El cocinero torció el gesto-. Soy un buen católico y no quiero que nadie piense lo contrario, pero me parece que han ido demasiado lejos. -Se­ñaló a Domingo con su cuchillo-. No utilices la mano izquierda a menos que te veas obligado a hacerlo. Considerarán que es la marca del diablo, y el conde no se encuentra aquí para aplastar a quienes defienden esas ideas."

miércoles, 15 de julio de 2009

Contra natura. Álvaro Pombo.

"Allende está inquieto estas últimas tardes del curso. Esta inquietud de Allende no puede ser amansada hablan­do con Emilia. Hablar de la inquietud que siente, con Emilia, supondría contar que está enamorado de Durán y que su inquietud no es ni única ni principalmente peda­gógica, sino amorosa y también genital. Está inquieto por­que desearía abrazar a Durán, desnudarle, acariciarle, me­rerse en la cama con él, pasar la noche con él. Pero no sólo está inquieto Allende porque no tiene lo que desea tener, sino que está también inquieto porque se aborrece a sí mismo­: se aborrece por haber puesto en práctica lo que consi­dera éticamente correcto: amar es proporcionar libertad al amado, facilitarle los caminos de su libertad, dejarle ir e in­cluso perderle. ¿No es esto contradictorio? Hacer lo co­rrecto no le ha producido paz, no le ha causado la menor alegría."

domingo, 5 de julio de 2009

Kim. Rudyard Kipling

"Pero el viaje era una continua delicia; el errante camino ascendía y descendía, apro­ximándose cada vez más a los contrafuertes de las montañas; los tonos rosados del sol de la mañana, que se extendían sobre las nieves lejanas; los cactos ramificados que se alineaban en hileras sobre los flancos pedregosos de las colinas; el susurro del agua en millares de acequias; el charloteo de los monos; los solemnes cedros de la India cuyas ramas inferiores se in­clinan hasta el suelo; la perspectiva de la llanura, que iba quedando a su espalda cada vez más baja; el chirrido incesante de los tonga1 y la impetuosa aparición de sus caballos de­lanteros al dar la vuelta a una curva; los descansos para hacer oración (Mahbub era muy religioso y no escatimaba ni las abluciones en seco ni las oraciones, cuando tenía tiempo por delante); las discusiones por la tarde acerca del sitio donde acampar, mientras los caballos y los bueyes rumiaban juntos solemnemente, y los conductores, impasibles, referían las no­vedades de la carretera..., todas estas cosas hacían que el co­razón de Kim saltara de gozo dentro de su pecho."
1 Carruaje ligero de dos ruedas usado en Birmania

miércoles, 24 de junio de 2009

La isla del Tesoro. Robert Louis Stevenson

"El papel había sido lacrado en varios lugares con un dedal a modo de sello; el mismo dedal, segura­mente, que encontré en el bolsillo del capitán. El doc­tor rompió los sellos con sumo cuidado: dentro ha­bía el mapa de una isla con indicaciones de latitud y longitud, sondeos, nombres de cerros, bahías y ense­nadas, y todos los detalles necesarios para conducir un barco a un fondeadero seguro de sus costas. La isla tenía aproximadamente nueve millas de largo y cinco de ancho, y una forma que se podría describir como un gran dragón rampante, con dos buenos puertos na­turales y un monte en el centro denominado cerro del Catalejo. Se veían también unas cuantas anotaciones de fecha posterior y, lo más importante de todo, tres cruces en tinta roja, dos en la parte norte de la isla y una en el sudoeste y, junto a esta última, también en tinta roja y en letra clara y pequeña, muy distinta de los tos­cos caracteres del capitán, estas palabras: «Aquí el grue­so del tesoro»."

domingo, 21 de junio de 2009

Emma. Jane Austen

"EMMA WOODHOUSE, bella, inteligente y rica, con una familia aco­modada y un buen carácter, parecía reunir en su persona los mejores dones de la existencia; y había vivido cerca de veintiún años sin que casi nada la afligiera o la enojase.

Era la menor de las dos hijas de un padre muy cariñoso e in­dulgente y, como consecuencia de la boda de su hermana, desde muy joven había tenido que hacer de ama de casa. Hacía ya demasiado tiempo que su madre había muerto para que ella conser­vase algo más que un confuso recuerdo de sus caricias, y había ocu­pado su lugar una institutriz, mujer de gran corazón, que se había hecho querer casi como una madre.

La señorita Taylor había estado dieciséis años con la Jamilia del señor Wodhouse, más como amiga que como institutriz, y muy encariñada con las dos hijas, pero sobre todo con Emma. La in­timidad que había entre ellas era más de hermanas que de otra cosa. Aun antes de que la señorita Taylor cesara en sus funciones nominales de institutriz, la blandura de su carácter raras veces le permitía imponer una prohibición; y entonces, que hacía ya tiem­po que había desaparecido la sombra de su autoridad, habían se­guido viviendo juntas como amigas, muy unidas la una a la otra, y Emma haciendo siempre lo que quería; teniendo en gran estima el criterio de la señorita Taylor, pero rigiéndose fundamentalmente por el suyo propio.

Lo cierto era que los verdaderos peligros de la situación de Emma eran, de una parte, que en todo podía hacer su voluntad, y de otra, que era propensa a tener una idea demasiado buena de sí misma; éstas eran las desventajas que amenazaban mezclarse con sus muchas cualidades. Sin embargo, por el momento el peligro era tan imperceptible que en modo alguno podían considerarse como incon­venientes suyos."

lunes, 8 de junio de 2009

La isla del fin de la suerte. Lorenzo Silva

"Hechas las presentaciones, corresponde decir adónde nos dirigíamos. Se me permitirá que no dé el nombre exacto, no sólo por razones de confidencialidad, sino por no incurrir en esa manía odiosa de apabullar al personal con topónimos exóticos. Se me revuelven las tripas cuando alguien me dice: «Oh, sí, estuvimos en Cliffordshire, qué lugar, ¿no lo conoces?». La cosa me revienta, sobre todo, porque el que lo dice sabe que no has estado nunca, y porque casi siempre sigue la exhibición de las fotos (si están disponibles), una breve o extensa descripción de los matices del paisaje que las fotos no muestran, una caracterización meteorológica de la zona («allí llueve siempre, pero nos hizo un tiempo magnífico») y la prolija exposición de todos los tesoros de la gastronomía local que el pelmazo de turno pudo degustar. Así que sólo indicaré que, apenas se separó del suelo, el helicóptero apuntó hacia el este, luego describió un giro de noventa grados (no diré hacia dónde) y puso rumbo a una diminuta isla del Báltico. ¿Cuál? Una de tantas próximas a la costa sueca de dicho mar, aunque lo bastante aislada como para hallarse a unas treinta millas de cualquier pedazo de tierra habitada."

sábado, 6 de junio de 2009

Delta de Venus. Anaïs Nin.

"En la playa, el fresco nos aplacó. Nos echamos en la arena, oyendo aún el ritmo del jazz desde lejos, como un corazón latiendo, como un pene palpitando dentro de una mujer, y mientras las olas rompían a nuestros pies, las olas dentro de nosotros nos impulsaban el uno contra el otro, hasta que llegamos al orgasmo, revolcándonos en la arena, siguiendo el ritmo del jazz.
Marcel también recordaba aquello.
- ¡Qué maravilloso verano! -dijo-. Creo que todo el mundo sabía que era la última gota de placer."

viernes, 5 de junio de 2009

Memoria y esperanza. Mario Benedetti.

"¿Qué queda para los jóvenes izquierdistas en este mundo donde todos se desviven por ser centristas? En primer término, extraerse de la derrota y no olvi­dar de dejar en el fondo de ese pozo los dogmatis­mos, los esquemas, las rígidas estructuras que im­piden su desarrollo y atrofian sus radares. Análisis no es obligatoriamente contricción. Después de todo, es preferible haberse equivocado en medio de la brega por la justicia que haber acertado en la lisonja del Imperio. La verdad es que siempre les queda a los jóvenes mucho, muchísimo por hacer; segura­mente con distintos métodos y argumentos, pero con la herramienta imprescindible, que es el hombre."

El viento de la luna. Antonio Muñoz Molina

"... Para ser quien imagino que soy o aquel en quien quisiera convertirme tengo que huir y tengo que esconderme. Me escondo en mi habitación del últi­mo piso y en la caseta del retrete o en el cobijo de las sá­banas, donde disfruto de mis dos placeres más secretos, mis dos vicios solitarios, el onanismo y la lectura. Los dos me dejan igual de enajenado, y muchas veces se ali­mentan entre sí. En el canto de algunos de mis libros hay una línea más oscura que indica el pasaje por don­de los he abierto con más frecuencia, el que me ha de­parado el punto exacto de estimulación. Escenas eróti­cas casi nunca explícitas, con un pormenor o dos que las vuelven irresistibles, y que me llevan infaliblemente a la crecida del deseo, a su control cuidadoso, a la pro­longación de un éxtasis que parece siempre el anticipo de una dulce ebriedad y se disuelve enseguida en disgusto y vergüenza.­"

viernes, 22 de mayo de 2009

El honor perdido de Katharina Blum. Heinrich Böll.

"Un miembro destacado de la comisión del carnaval, comerciante en vinos y espumosos, que podía vanagloriarse de haber resucitado el buen humor, se mostró aliviado porque los crímenes no llegaron a conocerse antes del lunes el uno y antes del miércoles el otro.
- Esto sucede al principio de los días alegres, y ¡adiós ambiente y adiós negocio! Si se descubre que se abusa de los disfraces para cometer crímenes, nadie tiene ganas de celebrar el carnaval. ¡Un auténtico sacrilegio! El alborozo y la alegría necesitan basarse en la confiaza."

miércoles, 20 de mayo de 2009

Firmin. Sam Savage

"A few days after saying he was going to do something, Shine put up a big handwritten sign in the front window.

FREE BOOKS
ALL YOU CAN CARRY IN 5 MINUTES

So this was what he called doing something. Giving away all the books like this was an act of such generosity and bespoke such exquisite despair that I almost fell in love with him again. Free books, like after the revolution. I wished Jerry were there to see it. The sing had an immediate effect - it's amazing the way freebies can get people moving - and the next five days were chaos. After the Globe ran a story on it, so many people showed up for their five-minute raid on the bookstore that policemen on horseback had to be called in to control the crowd, which at one point stretched all the way down Cornhill and around the comer. They came outfitted with paper bags, knap­sacks, cardboard boxes, even suitcases, and they loaded up. Some people got carried away and took things they really didn't want, and in the evening after closing time the street was strewn with cast-off books. Shine went out with a paper bag and picked them all up, and the ones that weren't too damaged he put back on the shelves, ready for the next day' s stampede, and the rest he threw away. It was exciting at first, and then it was sad. It was sad to walk around the shop at night, a place where I had spent my whole life, my home really, and see all those empty shelves. "

domingo, 10 de mayo de 2009

De qué hablamos cuando hablamos de amor. Raymond Carver

"EL SEÑOR CAFÉ Y EL SEÑOR ARREGLOS

He visto ciertas cosas. Fui a casa de mi madre a que­darme unas cuantas noches. Pero en cuanto llegué a lo alto de las escaleras, miré y la vi en el sofá besando a un hombre. Era verano. La puerta estaba abierta. La te­levisión, encendida. Esa es una de las cosas que he visto.

Mi madre tiene sesenta y cinco años. Es socia de un club de «solteros». Aun así, era duro. Me quedé con la mano en el pasamanos mirando cómo el hombre la besa­ba. Ella le besaba a su vez; y la televisión, funcionando.

Las cosas han mejorado. Pero en aquellos días, cuando a mi madre le dio por retozar, yo me encontraba en paro. Mis hijos estaban locos, mi mujer estaba loca. Tam­bién ella se había puesto a retozar. El tipo que disfru­taba de ella era un ingeniero aeronáutico sin trabajo que había conocido en los AA(1). El también estaba loco.

Se llamaba Ross y tenía seis hijos. Cojeaba a causa de un tiro que le había dado su primera esposa.

No sé en qué pensábamos en aquella época.

La segunda esposa del tipo no le había durado gran cosa, pero fue la primera la que le pegó el tiro por no pasarle la pensión. A Ross ahora le deseo lo mejor. Ross. ¡Vaya nombre! Pero entonces era diferente. En aquellos días llegué a hablar de armas de fuego. Le decía a mi mujer: «Creo que voy a hacerme con una Smith and Wesson.» Pero nunca lo hice.

(1) AA: Alcohólicos Anónimos (N. del T.)"

viernes, 8 de mayo de 2009

El poema de Tobías desangelado. Antonio Gala

"Vedado

Tras los infructuosos gestos del amor,
-verde, azul rosa, blanco- ya amanece.
Cómplice la ciudad, abajo,
tendida como un eco irreflexivo,
su opalescente concha y su mar bostezante
exhibe con un dedo en los labios.

Todo continúa
como antes de mirarnos a los ojos.
Nuestros renovados balbuceos,
la torpe afirmación
de un cuerpo en otro cuerpo,
el sinuoso camino del espasmo
carnal, no mudaron el mundo...
Sobre la mesa, la compasiva medicina,
la pantalla que suavizó la luz, la quemadura
de un olvidado cigarrillo,
y restos del combate impaciente.

Al otro lado del balcón
-verde, oro, plata, malva- ha amanecido.
Encima de la cama, desnudo como un sueño,
a la par derrotado y victorioso,
aún me reta tu cuerpo.
Nada ha cambiado. «Buenos días.»"

domingo, 3 de mayo de 2009

Wilt. Tom Sharpe.

" -¿Es eso todo, hija mía? -murmuró, cuando al fin Eva agotó su repertorio.
-Sí, padre -dijo Eva, quejumbrosamente.
-Gracias a Dios -dijo el reverendo St. John Froude ferviente­mente, y se preguntó qué hacer a continuación.
Si eran ciertas la mitad de las cosas que acababa de oír, estaba en presencia de una pecadora tan depravada que ante ella hasta el ex-archidiácono de Ongar resultaba un santo. Por otra parte, había incongruencias en los pecados que había confesado que le hacían vacilar a la hora de dar la absolución. Una confesión llena de falsedades no era indicio de verdadero arrepentimiento.
-Me ha dicho usted que está casada -dijo, dubitativo-, y que Henry es su marido legal.
-Sí -dijo Eva-. Pobre Henry.
Pobre tipo, sí, pensó el vicario, pero tenía demasiado tacto para decirlo en voz alta.
-¿Y le ha dejado usted?
-Sí.
-¿Por otro hombre?
Eva negó, con un gesto.
-Para darle una lección -dijo, con súbita belicosidad.
-¿Una lección? -dijo el vicario, intentando frenéticamente imaginar qué clase de lección había podido aprender el desdi­chado señor Wilt con la ausencia de su esposa-. ¿Dice usted una lección?
-Sí -dijo Eva-. Quería que supiese que no podría arreglárselas sin mí.
El reverendo St. John Froude bebió un trago, pensativo. Aun creyendo que fuese cierto sólo un cuarto de lo que había confe­sado, a su marido debía de resultarle verdaderamente delicioso arreglárselas sin ella."

miércoles, 29 de abril de 2009

Los Buddenbrook. Thomas Mann.

"Entre dos guerras, tranquilo y apacible dentro de los pliegues de su vestidito-delantal, rizado y sedoso el ca­bello. el pequeño Johann juega en el jardín, cerca del surtidor, o bien en la azotea, que, separada por una tarima con columnas de la terraza del segundo piso, ha sido así dispuesta ex profeso para él y para los juegos propios de sus cuatro años y medio... Esos juegos, cuya profundidad y encanto ningún hombre maduro será capaz de comprender y para los cuales no se requieren más objetos que tres piedrecitas o un pedazo de madera que acaso lleve, a guisa de casco, una humilde florecilla. Porque lo que en ellos resplandece, ante todo, es la fantasía pura, vigorosa, férvida, inocente, inmaculada todavía y con ella el atrevimiento de esa edad feliz, en que la vida no se atreve aún a apoderarse de nosotros; en la que ni el deber ni la culpa nos han echado todavía su mano encima; en la que podemos ver, oír, reír, extrañar­nos y soñar sin que el mundo nos imponga su dogal..., en la que la impaciencia de aquellos a quienes debería­mos querer no nos atormenta con las exigencias y las pruebas de que desempeñaremos nuestras obligaciones con el celo que considera necesario... ¡Ah, un poco de tiempo más y caerá sobre nosotros todo eso con brutal tesón; y vendrán las coacciones, los trabajos forzados, la tensión de ánimo, el aniquilamiento!"

martes, 7 de abril de 2009

El librero de Selinunte. Roberto Vecchioni

"Yo amo a Prímula.
Prímula tiene los ojos grandes, tan gran­des que le ocupan la mitad del rostro. Estoy loco por esos ojos, porque allá adentro está todo. Prímula es bellísima. No es ni alta ni baja, ni rubia ni morena, no tiene ni veinte ni treinta años, sonríe y llora cuando imagina que a mí me irá bien. Se come los pies y se los como también yo.
Prímula es hija de un mulero, tiene una li­gera cojera en la pierna derecha por la coz que le dio un burro cuando era niña. El mulero es un filósofo, o al menos así lo sostiene él. La primera vez que le vi me preguntó: «¿Qué crees que hay más allá del pozo, más allá de los tejados y las huertas?» «¿El mar? -aven­turé-. ¿El cielo? ¿El universo?» «¿Y más allá del universo?» «Estará Dios, me imagino». «¿Y más allá de Dios?» Me rendí. «Más allá de Dios -dijo todo convencido-, está mi burro». Y quizá era cierto, dado que era el burro el que le mantenía."

jueves, 2 de abril de 2009

The catcher in the rye. J.D. Salinger.

"I wasn' t listening, though. I was thinking about some­thing else - something crazy -. 'You know what l' d like to be?' I said. 'You know what I'd Iike to be? I mean if l had my goddam choice?'
'What? Stop swearing.'
'You know that song "If a body catch a body comin' through the rye"? I'd like-'
'It's "If a body meet a body coming through the rye"!' Old Phoebe said. 'It's a poem. By Robert Burns.'
'I know it's a poem by Robert Burns.'
She was right, though. It is 'If a body meet a body coming through tbe rye'. I didn't know it then, tbough.
'I thought it was "If a body catch a body",' I said. 'Any­way, I keep picturing all these little kids playing some game in this big field of rye and all. Thousands of little kids, and nobody's around - nobody big, I mean - except me. And I'm standing on the edge of some crazy cliff. What I have to do, I have to catch everybody if they start to go over the cliff - I mean if they're running and they don't look where they're going I have to come out from somewhere and catch them. That' s all l' d do all day. l' d just be the catcher in the rye and all. I know it's crazy, but that's the only thing I'd really like to be. I know it's crazy.'
Old Phoebe didn't say anything for a long time. Then, when she said something, all she said was, 'Daddy' s going to kill you.'

domingo, 29 de marzo de 2009

Bartleby, el escribiente. Herman Melville.

"En fin, mi primer negocio, el de gestor de traspasos de bienes inmuebles, buscador de títulos de propiedad y redactor de documen­tos oscuros de todo tipo, se vio incrementado considerablemente al aceptar la oficina del Secretario del Tribunal de la Equidad. Ahora sí que había mucho trabajo para los escribientes. No se trataba solo de exigirles más a los empleados que ya estaban conmigo, sino que debía conseguir ayuda adicional. En respuesta a mi anuncio, una mañana apareció un joven apacible ante las puertas de la oficina, que al ser verano estaban abiertas. Todavía puedo ver aquella figura, pálidamente pulcra, lastimosa­mente respetable, incorregiblemente desolada. ¡Ese era Bartleby!"

sábado, 28 de marzo de 2009

Sauce ciego, mujer dormida. Haruki Murakami.


"Mis amigos también contaban, más o menos, con la mis­ma edad. Veintisiete, veintiocho, veintinueve años... Una edad poco adecuada para morir. Los poetas mueren a los veintiún años; los revolucionarios y las estrellas del rock, a los veinti­cuatro. Una vez superada esa edad parece que, de momento, estés a salvo. Como mínimo, eso es lo que presupone la ma­yoría de la gente. Ya has dejado atrás la legendaria curva fatí­dica, ya has cruzado el túnel lúgubre y oscuro. Tienes por de­lante una recta autopista de seis carriles por la que (aunque no te apetezca demasiado) puedes volar hacia tu destino. Te cortas el pelo, te afeitas todas las mañanas. Ya no eres poeta, ni revo­lucionario, ni estrella del rock. Ya no duermes la borrachera dentro de una cabina telefónica, ni bebes hasta perder el sen­tido, ni escuchas ningún LP de los Doors a todo volumen a las cuatro de la madrugada. Has suscrito un seguro de vida por conveniencia, has empezado a beber en los bares de los hoteles, desgravas de los impuestos la factura del dentista. Porque tú ya tienes veintiocho años."

domingo, 15 de marzo de 2009

Madame Bovary. Gustave Flaubert

"-¡Desde luego que tengo una religión, la mía, e incluso puedo decir que soy más religioso que todos ellos juntos con sus mojigangas y sus charlatanerías! ¡Yo, por el contrario, adoro a Dios! ¡Yo creo en el Ser Supremo, en un Creador, cualquiera que sea, poco importa, que nos ha puesto aquí abajo para que cumplamos con nuestros deberes de ciudadanos y de padres de familia, pero no tengo necesidad de ir a una iglesia a besar bandejas de plata y a engordar con mi bolsillo a un hatajo de farsantes que se alimentan mejor que nosotros! Porque a ese Dios se le puede honrar de igual modo en un bosque, en el campo, y hasta contemplando la bóveda celeste, como hacían los anti­guos. Mi Dios, el mío, es el Dios de Sócrates, el de Franklin, el de Voltaire y el de Béranger! ¡Yo estoy a favor de la Profesión de fe del vicario saboyano y de los inmortales principios del ochenta y nueve! De modo que no admito a esa clase de Dios que se pasea por un jardín bastón en mano, aloja a sus amigos en el vientre de las ballenas, muere exhalando un grito y resucita al cabo de tres días: cosas todas absurdas en sí mismas y en abierta pugna, además, con todas las leyes de la física; lo que nos demuestra, dicho sea de paso, que los curas siempre han estado sumidos en la más ignominiosa ignorancia y que se em­peñan en hundir con ellos a la gente."

viernes, 6 de marzo de 2009

Un día en la vida de Iván Denisovich. A. Solzhenitsin

"Los del servicio de contraespionaje le pegaron muchas veces. Shujov llegó a una sencilla conclusión: si no firmas te darán el pijama de madera; si firmas, al menos consegui­rás vivir otro poco. Firmó.
En realidad, las cosas ocurrieron así: en febrero de 1942 encerraron a todo el ejército en una bolsa del frente, y de los aviones ya no tiraban comida, pues no debían quedar aviones. Llegaron incluso a raspar los cascos de los caba­llos que reventaron, mezclando luego esa materia córnea con agua, para comérsela. Tampoco había con qué dispa­rar. Así, los alemanes los cazaron en grupos a través de los bosques, haciéndolos prisioneros. Con uno de estos gru­pos, Shujov estuvo unos días en cautiverio, aún dentro de los bosques, y luego se escapó con otros cuatro. Ocultán­dose en los bosques y los pantanos, encontraron al fin, como por milagro, las propias tropas. Un tirador de ame­tralladoras segó a dos de ellos allí mismo, el tercero murió a consecuencia de las heridas; los dos restantes consiguie­ron pasarse. Habría sido mejor decir que se perdieron en los bosques, y no hubiera ocurrido nada. Pero ellos confe­saron abiertamente: prisioneros de los alemanes. ¿Conque prisioneros? ¡Hijitos de puta! Son agentes fascistas. Si hu­bieran sido cinco, se habrían comparado sus declaraciones, y les habrían creído, pero siendo dos, ¡imposible! Los muy canallas se han puesto perfectamente de acuerdo en esa historia de la fuga."

sábado, 28 de febrero de 2009

miércoles, 25 de febrero de 2009

Viento y joyas. El día del Watusi. Francisco Casavella.

"Los Estudiantes aparecieron ante mi vista de halcón. Unos, como en rebaño, llevaban pancartas y recitaban un lema que desde esa altura no podía entender. Otros, como avispas que entran y salen de un enjambre, con el paso ágil, alerta, y un periódico en la mano, increpaban a los ciudadanos, se adelantaban al grupo y oteaban en las esquinas sin ver­ lo que a mí en ese momento ya me era dado divisar: varias furgonetas de la policía se detenían en un cruce a mi izquierda y empezaban a ascender en formación hasta la calle por donde muy pronto iban a transitar los Estudiantes, po­bres, que seguían gritando, ahora podía oírles, «¡Franco asesino!», a sabiendas de que eso estaba muy mal visto. Las voces eran desgarradas y por encima de ellas sobrevolaba una emocionante tristeza, era una manifestación de tarde de domingo; no como otras que había visto en las que los Estudiantes, imitando un sifón, empezaban a decir nada más ver a la policía y en reflejo verbal de sus movimientos: «¡Que vienen! ¡Que vienen! (aquí el sifón). ¡Ya llegan! ¡Ya llegan! Sh-sh. ¡Ya bajan del carro! Sh-sh. ¡Ya sacan las porras! Sh-sh».

domingo, 15 de febrero de 2009

Brooklyn Follies. Paul Auster.


"... Hace poco tiempo que he empezado una nueva vida, y estoy muy contento de la decisión que tomé de instalarme en Brooklyn. Después de tantos años viviendo en el extrarradio, creo que la ciudad me va bien, y ya he empezado a tomarle cariño a mi barrio, con su cambiante mezcla de blanco, marrón y negro, su intrincado coro de acentos extranjeros, sus niños y sus árboles, sus laboriosas familias de clase media, sus parejas de lesbianas, sus tiendas de comestibles coreanas, el santón hindú de bata blanca que me saluda con una inclinación siempre que nos cruzamos por la calle, sus enanos y lisiados, sus ancianos pensionistas que avanzan paso a paso por la acera, las campanas de sus iglesias y sus diez mil perros, la furtiva población de vagabundos sin hogar, carroñeros solitarios que deambulan por las calles empujando sus carritos de la compra, hurgando en la basura en busca de botellas."

domingo, 8 de febrero de 2009

El chino. Henning Mankell.


"Le llevó más de una hora llegar a la plaza de Tiananmen. Era la más grande que había visto en su vida. Se accedía a ella por un camino ­peatonal que discurría bajo Jiangumennei Daije. Rodeada de miles personas, empezó a caminar por la plaza. Por todas partes se veía gente haciendo fotografías y blandiendo banderitas y vendedores de agua y de tarjetas postales.

Se detuvo y miró a su alrededor. El cielo estaba brumoso, faltaba algo... Tardó un rato en caer en la cuenta.
Pajarillos. O palomas. No había ni rastro; sin embargo, sí había gente por todas partes, gente que advertía tan escasamente su presencia como notaría su repentina desaparición.
Recordaba las imágenes de 1989, cuando los estudiantes manifestaron sus exigencias de mayor libertad de pensamiento y de expresión, y el desenlace, cuando los carros de combate entraron rodando en la plaza masacrando a muchos de los manifestantes. «Aquí hubo una vez un hombre con una bolsa de plástico blanca en la mano», se dijo. «Todo el mundo lo vio por televisión, conteniendo el aliento. Se colocó ante un carro de combate y se negó a retirarse. Como un pequeño e insignificante soldado de plomo, su figura concretaba toda la oposición que un ser humano es capaz de concitar. Cuando intentaban pasar a su lado, el hombre se cambiaba de sitio. Birgitta no sabía qué sucedió al final, ­pues jamás vio esa imagen. Sí sabía, en cambio, que cuantos habían ­muerto aplastados por los carros de combate o por los disparos de los soldados eran personas de carne y hueso."

sábado, 31 de enero de 2009

El doctor Zhivago. Borís A. Pasternak.

»Yo vivo en una populosa encrucijada de la ciudad. Moscú en verano, cegadora de sol, ardiendo en los asfaltos de sus patios, que lanza reflejos desde las ventanas de los pisos su­periores y respira la floración de las nubes y de las calles, me rodea por todas partes y hace dar vueltas a mi cabeza, y quiere que para su gloria yo haga dar vueltas a las cabezas de los demás. Con esta intención me he educado y entregado en manos del arte.
»La calle que rumorea sin tregua día y noche, se halla es­trechamente vinculada al alma contemporánea, como las pri­meras notas de una abertura, cuando el telón del teatro, lleno de misterio y tinieblas, no se ha levantado aún, pero ya inciden sobre él las luces de los focos. La ciudad que rumo­rea y resuena incesantemente, sin tregua, al otro lado de las puertas y las ventanas, es para cada uno de nosotros la gran abertura de la vida. Me gustaría escribir sobre la ciudad se­gún estos conceptos.»
Entre las poesías de Zhivago no se encontró ninguna de este género. ¿Acaso el poema Hamlet puede figurar en este grupo?

lunes, 26 de enero de 2009

The kite runner. Khaled Hosseini.


"The conversation inevitab]y turned to the Taliban. "Is it as bad as I hear?" I said.
"Nay, it's worse. Much worse," he said. "They don't let you be hu­man." He pointed to a scar above his right eye cutting a crooked path through his bushy eyebrow. "I was at a soccer game in Ghazi Stadium in 1998. Kabul against Mazar-i-Sharif, I think, and by the way the play­ers weren't allowed to wear shorts. Indecent exposure, I guess." He gave a tired laugh. "Anyway, Kabul scored a goal and the man next to me cheered loudly. Suddenly this young bearded fellow who was patrolling the aisles, eighteen years old at most by the look of him, he walked up to me and struck me on the forehead with the butt of his Kalashnikov.
Do that again and I'll cut out your tongue, you old donkey!' he said." Rahim Khan rubbed the scar with a gnarled finger. "I was old enough to be bis grandfather and I was sitting there, blood gushing down my face, apologizing to that son of a dog.""