lunes, 8 de junio de 2009

La isla del fin de la suerte. Lorenzo Silva

"Hechas las presentaciones, corresponde decir adónde nos dirigíamos. Se me permitirá que no dé el nombre exacto, no sólo por razones de confidencialidad, sino por no incurrir en esa manía odiosa de apabullar al personal con topónimos exóticos. Se me revuelven las tripas cuando alguien me dice: «Oh, sí, estuvimos en Cliffordshire, qué lugar, ¿no lo conoces?». La cosa me revienta, sobre todo, porque el que lo dice sabe que no has estado nunca, y porque casi siempre sigue la exhibición de las fotos (si están disponibles), una breve o extensa descripción de los matices del paisaje que las fotos no muestran, una caracterización meteorológica de la zona («allí llueve siempre, pero nos hizo un tiempo magnífico») y la prolija exposición de todos los tesoros de la gastronomía local que el pelmazo de turno pudo degustar. Así que sólo indicaré que, apenas se separó del suelo, el helicóptero apuntó hacia el este, luego describió un giro de noventa grados (no diré hacia dónde) y puso rumbo a una diminuta isla del Báltico. ¿Cuál? Una de tantas próximas a la costa sueca de dicho mar, aunque lo bastante aislada como para hallarse a unas treinta millas de cualquier pedazo de tierra habitada."

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