jueves, 24 de junio de 2010

Quien parpadea teme a la muerte. Knud Romer

"De hecho, la isla de Falster se encontraba por debajo del nivel del mar y solo existía en la conciencia de la gente porque esta se negaba a creer otra cosa. Pero cuando ya no conseguían mantenerse erguidos por más tiempo y se iban a dormir, el agua subía lentamente, anegando diques y campos y bosques y pueblos, llevándose la tierra de vuelta al mar Báltico. Yo me quedaba despierto viendo cómo llegaba, y miraba por la ventana hacia el agua negra que llenaba el jardín. Los peces nadaban entre las casas y los árboles y, a lo lejos, Nykobing atravesaba la noche como un crucero. El cielo estaba cubierto de estrellas de mar y yo hablaba hasta dormirme. Con la luz de la mañana llegaba la bajamar, y el agua descendía y se retiraba. Mientras, la gente despertaba en sus camas y se levantaba y todos pasaban, un día más, tratando de convencerse los unos a los otros de que realmente existían, y de que Falster existía, y de que todo aparecía en el mapa. La ciudad olía a mar y a pescado, había algas y medusas varadas en las calles. Y yo, de vez en cuando, encontraba alguna concha o algún fósil de erizo de mar y los guardaba en el cajón junto con todas las demás pruebas de que, efectivamente, la Atlántida existía."

La noche de los tiempos. Antonio Muñoz Molina

"... Claro que prefería que ganara la República, le dijo: pero no estaba seguro de la clase de República que habría en España al final de la guerra, y menos aún de si a él le sería permitido regresar a ella, o si lo desearía. Todo lo destruido con tanta saña debería ser levantado de nuevo; plantados los árboles arrancados de cuajo por las bombas o talados para hacer leña; restablecidas las tuberías reventadas, los rieles de ferrocarril retorcidos en el aire sobre las montañas de adoquines; reconstruidos los puentes dinamitados por ejércitos que se retiraban; alzados de nuevo los postes y cables de teléfonos que había costado tanto tender. Pero quién iba a resucitar a los muertos o a devolver los brazos o las piernas a los mutilados, a pintar los cuadros o imprimir los libros únicos quemados en las hogueras, a mitigar el luto o el odio, a reconstruir las bibliotecas y las iglesias y los laboratorios y las casas de vecindad que costó tanto levantar y que fueron arrasadas en el curso de una tarde, de una sola noche. Y cómo iban a gobernar España los mismos insensatos, los mismos criminales, los mismos alucinados que la habían arrastrado al desastre, cada uno con su grado de irresponsabilidad y sinrazón, todos, salvo unos cuantos, inmunes al remordimiento y a la amarga cordura del que ha escarmentado..."

2666. Roberto Bolaño

"El cuarto libro de Archimboldi no tardó en llegar a la editorial. Se llamaba Ríos de Europa, aunque en él básicamente se hablaba de un solo río, el Dniéper. Digamos que el Dniéper era el protagonista del libro y los demás ríos nombrados formaban parte del coro. El señor Bubis lo leyó de un tirón, en su oficina, y las risas que le provocó la lectura se oyeron por toda la editorial. Esta vez el anticipo que le envió a Archimboldi fue mayor que todos los anticipos anteriores, a tal grado que Martha, la secretaria, antes de cursar el cheque a Colonia, entró en la oficina del señor Bubis y mostrándole el cheque le preguntó (no una sino dos veces) si era la cifra correcta, a lo que el señor Bubis respondió que sí, que era la cifra correcta, o incorrecta, qué más daba, una cifra, pensó cuando volvió a quedarse solo, siempre es aproximativa, no existe la cifra correcta, sólo los nazis creían en la cifra correcta y los profesores de matemática elemental, sólo los sectarios, los locos de las pirámides, los recaudadores de impuestos (Dios acabe con ellos), los numerólogos que leían el destino por cuatro perras creían en la cifra correcta. Los científicos, por el contrario, sabían que toda cifra es sólo aproximativa. Los grandes físicos, los grandes matemáticos, los grandes químicos y los editores sabían que uno siempre transita por la oscuridad. "