sábado, 28 de febrero de 2009

miércoles, 25 de febrero de 2009

Viento y joyas. El día del Watusi. Francisco Casavella.

"Los Estudiantes aparecieron ante mi vista de halcón. Unos, como en rebaño, llevaban pancartas y recitaban un lema que desde esa altura no podía entender. Otros, como avispas que entran y salen de un enjambre, con el paso ágil, alerta, y un periódico en la mano, increpaban a los ciudadanos, se adelantaban al grupo y oteaban en las esquinas sin ver­ lo que a mí en ese momento ya me era dado divisar: varias furgonetas de la policía se detenían en un cruce a mi izquierda y empezaban a ascender en formación hasta la calle por donde muy pronto iban a transitar los Estudiantes, po­bres, que seguían gritando, ahora podía oírles, «¡Franco asesino!», a sabiendas de que eso estaba muy mal visto. Las voces eran desgarradas y por encima de ellas sobrevolaba una emocionante tristeza, era una manifestación de tarde de domingo; no como otras que había visto en las que los Estudiantes, imitando un sifón, empezaban a decir nada más ver a la policía y en reflejo verbal de sus movimientos: «¡Que vienen! ¡Que vienen! (aquí el sifón). ¡Ya llegan! ¡Ya llegan! Sh-sh. ¡Ya bajan del carro! Sh-sh. ¡Ya sacan las porras! Sh-sh».

domingo, 15 de febrero de 2009

Brooklyn Follies. Paul Auster.


"... Hace poco tiempo que he empezado una nueva vida, y estoy muy contento de la decisión que tomé de instalarme en Brooklyn. Después de tantos años viviendo en el extrarradio, creo que la ciudad me va bien, y ya he empezado a tomarle cariño a mi barrio, con su cambiante mezcla de blanco, marrón y negro, su intrincado coro de acentos extranjeros, sus niños y sus árboles, sus laboriosas familias de clase media, sus parejas de lesbianas, sus tiendas de comestibles coreanas, el santón hindú de bata blanca que me saluda con una inclinación siempre que nos cruzamos por la calle, sus enanos y lisiados, sus ancianos pensionistas que avanzan paso a paso por la acera, las campanas de sus iglesias y sus diez mil perros, la furtiva población de vagabundos sin hogar, carroñeros solitarios que deambulan por las calles empujando sus carritos de la compra, hurgando en la basura en busca de botellas."

domingo, 8 de febrero de 2009

El chino. Henning Mankell.


"Le llevó más de una hora llegar a la plaza de Tiananmen. Era la más grande que había visto en su vida. Se accedía a ella por un camino ­peatonal que discurría bajo Jiangumennei Daije. Rodeada de miles personas, empezó a caminar por la plaza. Por todas partes se veía gente haciendo fotografías y blandiendo banderitas y vendedores de agua y de tarjetas postales.

Se detuvo y miró a su alrededor. El cielo estaba brumoso, faltaba algo... Tardó un rato en caer en la cuenta.
Pajarillos. O palomas. No había ni rastro; sin embargo, sí había gente por todas partes, gente que advertía tan escasamente su presencia como notaría su repentina desaparición.
Recordaba las imágenes de 1989, cuando los estudiantes manifestaron sus exigencias de mayor libertad de pensamiento y de expresión, y el desenlace, cuando los carros de combate entraron rodando en la plaza masacrando a muchos de los manifestantes. «Aquí hubo una vez un hombre con una bolsa de plástico blanca en la mano», se dijo. «Todo el mundo lo vio por televisión, conteniendo el aliento. Se colocó ante un carro de combate y se negó a retirarse. Como un pequeño e insignificante soldado de plomo, su figura concretaba toda la oposición que un ser humano es capaz de concitar. Cuando intentaban pasar a su lado, el hombre se cambiaba de sitio. Birgitta no sabía qué sucedió al final, ­pues jamás vio esa imagen. Sí sabía, en cambio, que cuantos habían ­muerto aplastados por los carros de combate o por los disparos de los soldados eran personas de carne y hueso."