sábado, 30 de enero de 2010

Aventuras de una peseta. Julio Camba.

"-¿Otra copita? -me dijo una tarde un amigo inglés.
-No. Muchas gracias. Prefiero irme por ahí a ver chicas o a oír a los oradores de Hyde Park.

Pero observé que el inglés me miraba con cierta re­pugnancia. Era la repugnancia instintiva de Inglaterra hacia el hombre que no bebe. Los ingleses desprecian al hombre que no bebe, porque la sobriedad les parece un estado inmoral. El hombre sobrio, en efecto, es un hom­bre propicio a todas las tentaciones. Las mujeres le atraen. La política le interesa. El hombre sobrio piensa y siente normalmente, y esto es contrario a la moral británica.

El alcohol, en cambio, desarrolla un sinfín de virtu­des: la castidad, la docilidad, la imbecilidad... Bajo su influencia semidivina, los hombres pueden conservarse puros hasta pasados los ochenta años. ¿Cómo no va a ser Inglaterra el pueblo que consume más alcohol si es el más virtuoso de todos? ¿O cómo no va a ser el pueblo más vir­tuoso si es el pueblo que consume más alcohol?

Con el alcohol se anula el sexo y se anula la inteli­gencia, las dos cosas por donde más se puede pecar. Y, ya libre de tentaciones, uno comienza a interesarse por las ratas, y se hace vegetariano; o por los avestruces, y se hace de la Liga contra el uso de plumas en los sombreros de señora. Cada bebedor de gin o de whisky es, como si dijéramos, un San Francisco de Asís en potencia."

lunes, 25 de enero de 2010

Un cuento chino para María. Mónica de la Parte.


"LA LEYENDA
Cuando un bebé nace, unos hilos rojos invisibles salen de su espíritu y conectan con todas las personas importantes que entrarán en su vida. A medida que el bebé crece, los hilos se van acortando, acercando cada vez más a aquellas personas que están destinadas a reunirse a pesar del tiempo, del lugar o de las circunstancias. El hilo puede tensarse o enredarse pero nunca romperse.
Este es el hilo que nos une a ti. Un hilo de fe y esperanza."

La piel del zorro. Herta Müller.

"Adina no podía caminar descalza en el taller, entre los retales­ dispersos en el suelo había alfileres. Sólo la modista sa­bia como caminar sin pincharse. Una vez por semana gatea­ba por las habitaciones con un imán y todos los alfileres saltaban del suelo a su mano.
Cuando le probaron el vestido, la madre de Adina dijo a la modista: los árboles cuelgan hacia abajo, ¿no te das cuen­ta de que has puesto la tela al revés? La modista aún hubiera ­podido enderezar la tela, que sólo estaba hilvanada con hilo blanco. Tenía dos alfileres en la boca, por delante y por detrás es importante, dijo, y que la cremallera esté a la iz­quierda, cuando miro desde aquí, lo de abajo está arriba. E inclinó la cabeza hasta el suelo, así lo ven las gallinas, dijo.
Y los enanos, dijo Adina. Su madre miraba el patio interior por la ventana."

martes, 19 de enero de 2010

Cabeza de perro. Morten Ramslad.

"Nos gustaría saber cómo sobrevive, nos gustaría muchísimo, para ser exactos. Deseamos saber cómo se prepara el terreno para que yo, el pequeño, y mi hermana Stinne, la mayor, podamos venir al mundo, pero el abuelo se cierra en banda y bebe más aguardiente. Hicieran lo que le hiciesen los alemanes, no quiere contarlo.
-Había que elegir entre morir y perder la vida -se limita a decir.
Acaba de ver una señal de tráfico calle abajo que le ha pareci­do un alemán con un rifle. La abuela sacude la cabeza, resignada, y cambia de tema. El abuelo anda con bastón y ha engordado bas­tante. No como cuando volvió de Buchenwald a casa, pasando por Neuengamme, en los autobuses blancos de la Cruz Roja y no era más que un esqueleto. Me imagino al abuelo como una fina línea con una enorme cabeza redonda, sentado en la parte de atrás del autobús.
- ¿Qué mas ocurrió, abuelo? -pregunta Stinne.
Pero prefiere hablar de todas las veces que, de niño, estuvo en el puerto de Bergen para recibir a su padre cuando el Katari­na arribaba después de pasar meses en el mar. El reencuentro siempre lo llenaba de miedo y alegría por igual, ya que, tras la cena de bienvenida, su madre leía en voz alta la libreta negra donde estaban apuntadas con esmerada caligrafía todas las pi­llerías de Askild. Entonces su padre sacaba el cinto del armario para que recibiera los azotes acumulados durante todo ese tiem­po."