jueves, 31 de diciembre de 2009

La hoguera de las vanidades. Tom Wolfe

"-Déjenme terminar. ¿Creen uuusteedes que...?
-¡No nos vengas con porcentajes, tío! ¡Lo que queremos es trabajo!
La muchedumbre entra de nuevo en erupción. La cosa se pone cada vez más fea. El alcalde no entiende casi nada de lo que le están gritando: inter­jecciones salidas desde el fondo de la cesta de la compra. Pero sí capta todo eso de Gober. Ahí abajo hay un bocazas, y lo que dice le llega claramente por encima del estruendo.
-¡Gober! ¡Gober! ¡Gober!
Pero lo que dice no es Gober. Lo que dice es Goldberg.
-¡Eh, Goldberg! ¡Goldberg! ¡Goldberg!
El alcalde se queda aturdido. ¡Aquí, en Harlem! Goldberg es el mote con el que los negros insultan a los judíos. ¡Escandaloso! ¡Qué insolencia! ¡Cómo se atreve alguien a gritarle estas vilezas al alcalde de Nueva York!
Abucheos, silbidos, gruñidos, carcajadas, gritos. La masa tiene ganas de ver cómo le parten un diente. La masa ha perdido el control.
-Díganme ustedes...
No sirve de nada. No lo oyen, ni siquiera cuando usa el micrófono. ¡Cuánto odio en sus rostros! ¡Puro veneno! Es hipnótico."

Los usurpadores. Francisco Ayala

Yo, el lobo y las galletas (de chocolate). Delphine Perret