jueves, 10 de septiembre de 2009

Pietr-Le-Letton. Georges Simenon

"Desde Saint-Lazare al ayuntamiento hay bastante distan­cia: es preciso atravesar todo el centro de la villa y, entre las seis y las siete de la tarde, los transeúntes se desperdi­gan como un gran oleaje por las aceras, y los automóviles van por las calles a un ritmo tan acelerado como el de la sangre en las arterias.
Con los hombros encogidos, su trinchera atada por la cintura, manchado de barro, de grasa, sus zapatos con los tacones torcidos, chapoteaba tropezando, empujando, sin de­tenerse ni volverse.
Tomó el camino más corto, por la calle du 4 Septembre, a través de Les Halles, lo que probaba que conocía el ca­mino.
Alcanzó el barrio judío de París, cuyo núcleo está formado por la calle des Rosiers, rozó las tiendas con inscripciones en judeo-alemán, los mataderos clandestinos, los escaparates de pan ázimo.
En un recodo, cerca de un pasillo largo y estrecho, que se asemejaba a un túnel, una mujer quiso cogerle del brazo, pero lo soltó, impresionada, sin duda, sin que él hubiese dicho una palabra.
Al fin se detuvo en la calle du Roi-de-Sicile, irregular, bordeada de callejones sin salida, de callejuelas, de patios bulliciosos, semibarrio judío, semicolonia polaca ya, y, luego de doscientos metros, se sumergió en el pasillo de un hotel.
Unas letras de mayólica anunciaban Au Roi-de-Sicile.
Debajo se leían inscripciones en hebreo, en polaco y en otras lenguas incomprensibles; seguramente en ruso tam­bién.
Al lado se levantaba una obra, en la que se distinguían los restos de un inmueble al que había sido preciso apun­talar con la ayuda de unas vigas.
Seguía lloviendo. Pero el viento no penetraba hasta el pa­sadizo.
Maigret oyó el ruido de una ventana que, bruscamente, se cerraba en el tercer piso del hotel. No dudó más que el ruso, y entró."

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