jueves, 23 de julio de 2009

La sangre de los cátaros. Elizabeth Chadwick.

"-¿Qué me dices de Tolosa? -preguntó-. ¿Qué ha ocurrido aquí? Hubert cruzó los tobillos, apoyó un brazo en la mesa y recostó el otro sobre la cadera.
-Bueno, el nuevo papa se ha mostrado muy decidido a acabar con la he­rejía. Guzmán quizá esté muerto, pero su descendencia espiritual está por todas partes. Últimamente no puedes dar ni un paso sin tropezarte con un fraile con la oreja pegada al suelo y la nariz vuelta hacia el olor de la here­jía, así que no me extraña que los llamen los perros de Dios. -Chasqueó la lengua antes de seguir hablando-: Los cátaros por lo menos te dejan tomar tus propias decisiones..., pero si no estás de acuerdo con los frailes negros, se te llevan para interrogarte y nadie vuelve a verte, a menos que sea enca­denado a un poste o atado a la picota mientras te azotan delante de la basílica.
-Lo recuerdo -murmuró Domingo.
-No; no lo recuerdas -le contradijo Hubert, con el rostro repentina­mente ensombrecido-. Ahora la situación es mucho peor que cuando vivías aquí. El papa Gregorio tiene el bocado bien sujeto entre los dientes. ¿Toda­vía no has salido a la calle?
-Cabalgué un rato ayer.
-Bueno, pues échale un buen vistazo. Hay túnicas negras por todas par­tes y gentes que llevan capas con cruces amarillas cosidas para indicar que son herejes arrepentidos; en realidad el único delito que han cometido ha sido el de haberse cruzado con un verdadero hereje en la calle. Ahora es pre­ferible que te vean ir a misa cada día y adorar el crucifijo. Lleva una cruz col­gada del cuello, y otra bordada en la sobreveste. Apresúrate a arrodillarte sin pensártelo dos veces cuando estés dando un paseo. -Hubert se pasó el dor­so de la mano por el labio superior-. ¿Sabes qué otras cosas están ocurrien­do, muchacho?
Domingo negó con la cabeza.
-Pues que los frailes se niegan a permitir que el viejo conde Raimundo sea enterrado en suelo sagrado. Su ataúd ya lleva casi nueve años en una es­tancia del hospital de San Juan, y eso que ni siquiera llegó a ser condenado por herejía. -El cocinero torció el gesto-. Soy un buen católico y no quiero que nadie piense lo contrario, pero me parece que han ido demasiado lejos. -Se­ñaló a Domingo con su cuchillo-. No utilices la mano izquierda a menos que te veas obligado a hacerlo. Considerarán que es la marca del diablo, y el conde no se encuentra aquí para aplastar a quienes defienden esas ideas."

miércoles, 15 de julio de 2009

Contra natura. Álvaro Pombo.

"Allende está inquieto estas últimas tardes del curso. Esta inquietud de Allende no puede ser amansada hablan­do con Emilia. Hablar de la inquietud que siente, con Emilia, supondría contar que está enamorado de Durán y que su inquietud no es ni única ni principalmente peda­gógica, sino amorosa y también genital. Está inquieto por­que desearía abrazar a Durán, desnudarle, acariciarle, me­rerse en la cama con él, pasar la noche con él. Pero no sólo está inquieto Allende porque no tiene lo que desea tener, sino que está también inquieto porque se aborrece a sí mismo­: se aborrece por haber puesto en práctica lo que consi­dera éticamente correcto: amar es proporcionar libertad al amado, facilitarle los caminos de su libertad, dejarle ir e in­cluso perderle. ¿No es esto contradictorio? Hacer lo co­rrecto no le ha producido paz, no le ha causado la menor alegría."

domingo, 5 de julio de 2009

Kim. Rudyard Kipling

"Pero el viaje era una continua delicia; el errante camino ascendía y descendía, apro­ximándose cada vez más a los contrafuertes de las montañas; los tonos rosados del sol de la mañana, que se extendían sobre las nieves lejanas; los cactos ramificados que se alineaban en hileras sobre los flancos pedregosos de las colinas; el susurro del agua en millares de acequias; el charloteo de los monos; los solemnes cedros de la India cuyas ramas inferiores se in­clinan hasta el suelo; la perspectiva de la llanura, que iba quedando a su espalda cada vez más baja; el chirrido incesante de los tonga1 y la impetuosa aparición de sus caballos de­lanteros al dar la vuelta a una curva; los descansos para hacer oración (Mahbub era muy religioso y no escatimaba ni las abluciones en seco ni las oraciones, cuando tenía tiempo por delante); las discusiones por la tarde acerca del sitio donde acampar, mientras los caballos y los bueyes rumiaban juntos solemnemente, y los conductores, impasibles, referían las no­vedades de la carretera..., todas estas cosas hacían que el co­razón de Kim saltara de gozo dentro de su pecho."
1 Carruaje ligero de dos ruedas usado en Birmania