domingo, 28 de febrero de 2010

El aniversario de Axtérix & Obélix. El libro de oro.


El cartero de Neruda. Antonio Skármeta.

"Complacerlo fue para el poeta un trámite de rutina, pero una vez cumplido con ese breve deber, se despidió con la cortante cortesía que lo caracterizaba. Mario comenzó por analizar el autógrafo y llegó a la conclusión que con un «Cordialmente, Pablo Neruda» su anonimato no perdía gran cosa. Se propuso trabar algún tipo de relación con el poeta, que le permitiera algún día ser alhajado con una dedicatoria en que por lo menos constara con la mera tinta verde del vate su nombre y apellido: Mario Jiménez S. Aunque óptimo le hubiera parecido un texto del tenor de «A mi entrañable amigo Mario Jiménez, Pablo Neruda». Le planteó sus anhelos a Cosme el telegrafista, quien, tras recordarle que Correos de Chile prohibía a sus mensajeros fastidiar con requisitorias atípicas a su clientela, le hizo saber que un mismo libro no podía ser dedicado dos veces. Es decir, que en ningún caso sería noble proponerle al poeta -por comunista que fuera- que tarjara sus palabras para reemplazarlas por otras."

miércoles, 24 de febrero de 2010

El museo de la inocencia. Orhan Pamuk.

"... A veces me decía que no debía quedarme más rato allí sentado y que tendría que levantarme e irme. A veces en el silencio de la noche resonaba en todo el barrio el eco del cierre a toda velocidad de la reja del barbero del bajo de enfrente, que trabajaba hasta tarde, después de despedir al último cliente. A veces cortaban el agua y no venía durante dos días. A veces oíamos un movimiento distinto al de las llamas en la estufa de carbón. A veces iba también al día siguiente sólo porque la tía Nesibe me había dicho: «Ya que le han gustado tanto las judías verdes, ¡venga mañana antes de que se acaben!». A veces hablábamos de temas como la pugna norteamericano-soviética, la guerra fría, o de los buques soviéticos que pasaban de noche por el Bósforo y de los submarinos americanos que patrullaban el Mármara. A veces la tía Nesibe decía: «¡Qué calor hace esta noche!». A veces comprendía por la cara de Füsun que se había ensimismado en sus ensoñaciones y me habría gustado ir al país con el que soñaba, pero me veía como un caso totalmente perdido, a mí mismo, mi vida, mi seriedad, mi forma de sentarme a la mesa. A veces los objetos de la mesa me parecían montañas, valles, colinas, mesetas y hondonadas...."