sábado, 28 de marzo de 2009

Sauce ciego, mujer dormida. Haruki Murakami.


"Mis amigos también contaban, más o menos, con la mis­ma edad. Veintisiete, veintiocho, veintinueve años... Una edad poco adecuada para morir. Los poetas mueren a los veintiún años; los revolucionarios y las estrellas del rock, a los veinti­cuatro. Una vez superada esa edad parece que, de momento, estés a salvo. Como mínimo, eso es lo que presupone la ma­yoría de la gente. Ya has dejado atrás la legendaria curva fatí­dica, ya has cruzado el túnel lúgubre y oscuro. Tienes por de­lante una recta autopista de seis carriles por la que (aunque no te apetezca demasiado) puedes volar hacia tu destino. Te cortas el pelo, te afeitas todas las mañanas. Ya no eres poeta, ni revo­lucionario, ni estrella del rock. Ya no duermes la borrachera dentro de una cabina telefónica, ni bebes hasta perder el sen­tido, ni escuchas ningún LP de los Doors a todo volumen a las cuatro de la madrugada. Has suscrito un seguro de vida por conveniencia, has empezado a beber en los bares de los hoteles, desgravas de los impuestos la factura del dentista. Porque tú ya tienes veintiocho años."

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