sábado, 31 de julio de 2010

El corazón de las tinieblas. Joseph Conrad

"El cauce se abría ante nosotros y se cerraba a nuestro paso, como si la selva se hubiera apoderado del río lentamente para cortarnos la retirada. Penetrábamos poco a poco hacia el corazón de las tinieblas. Todo estaba en calma. Por las noches oíamos a veces el retumbar de los tambores, que atravesaba la cortina de árboles, ascendía por el río y permanecía suspendido en el aire, sobre nuestras cabezas, hasta el primer albor del día. No sabíamos si significaba la guerra, la paz o una plegaria. Más tarde, el descenso de una fría calma anunciaba la llegada del amanecer; los leñadores dormían, aunque sus hogueras seguían ardiendo, con el fuego ya bajo; el crujido de la leña al partirse bastaba para sobresaltarnos. Éramos vagabundos en una tierra prehistórica, en una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido. Podríamos habernos engañado pensando que éramos los primeros en tomar posesión de una herencia maldita, que sólo nos sería entregada al precio de una profunda angustia y un esfuerzo excesivo. Pero, súbitamente, mientras surcábamos un recodo, vislumbrábamos una cerca de juncos, los tejados puntiagudos de unas chozas, el estallido de unos gritos, un torbellino de cuerpos de piel negra, una masa de manos dando palmas, de pies saltando, de caderas que se balanceaban, de ojos que nos seguían a través del follaje, tupido e inmóvil. El vapor se deslizaba lentamente bordeando un negro e incomprensible frenesí."

jueves, 29 de julio de 2010

El hombre que fue Jueves. Gilbert Keith Chesterton

"La verdad es que valía la pena oír hablar a Mr. Lucian Gregory -el poeta de los cabellos rojos- aun cuando sólo fuera para reírse de él. Disertaba el hombre sobre la patraña de la anarquía del arte y el arte de la anarquía, con tan impúdica jovialidad que -no siendo para mucho tiempo- tenía su encanto. Ayudábale, en cierto modo, la extravagancia de su aspecto, del que él sacaba el mayor partido para subrayar sus palabras con el ademán y el gesto. Sus cabellos rojo oscuro -la raya en medio- eran como de mujer, y se rizaban suavemente cual en una virgen prerrafaelista. Pero en aquel óvalo casi santo del rostro su fisonomía era tosca y brutal, y la barba se adelantaba en un gesto desdeñoso de cockney, de plebe londinense; combinación atractiva y temerosa a la vez para un auditorio neurasténico: preciosa blasfemia en dos pies, donde parecían fundirse el ángel y el mono."

Corrección. Thomas Bernhard

"Después de una neumonía al principio ligera, pero luego, por dejadez y descuido, súbitamente convertida en grave, que me había afectado a todo el cuerpo y me había tenido nada menos que tres meses en el hospital de Wels, situado junto a mi lugar natal y famoso en el campo de las llamadas enfermedades internas, me había dirigido, no a finales de octubre, como me habían aconsejado los médicos, sino ya a principios de octubre, como quería sin falta y bajo mi llamada propia responsabilidad, aceptando una invitación del llamado taxidermista Höller del valle del Aurach, inmediatamente al valle del Aurach y a casa de los Höller, sin dar un rodeo por Stocket para ver a mis padres, inmediatamente a la llamada buhardilla de los Höller, para examinar, y quizá también ordenar enseguida, el legado recibido después del suicidio de mi amigo Roithamer, que había sido amigo también del taxidermista Höller, por una llamada disposición de última voluntad, un legado compuesto de miles de hojas escritas por Roithamer, pero también por el voluminoso manuscrito titulado De Altensam y todo lo relacionado con Altensam, con consideración especial del cono."

viernes, 9 de julio de 2010

Las intermitencias de la muerte. José Saramago

"Finalmente, last but not least, la iglesia católica, apostólica y romana tenía muchos motivos para estar satisfecha consigo misma. Convencida desde el principio de que la abolición de la muerte sólo podría haber sido obra del diablo y de que para ayudar a dios contra las obras del demonio nada es más poderoso que la perseverancia en las preces, puso de lado la virtud de la modestia que con no pequeño esfuerzo y sacrificio ordinariamente cultivaba, para felicitarse, sin reservas, por el éxito de la campaña nacional de oraciones cuyo objetivo, recordémoslo, fue rogar al señor dios que providenciase el regreso de la muerte lo más rápidamente posible para ahorrarle a la pobre humanidad los peores horrores, fin de la cita. Las preces tardaron casi ocho meses en llegar al cielo, pero hay que pensar que sólo para llegar al planeta marte necesitamos seis, y el cielo, como es fácil de imaginar, deberá estar mucho más allá, a trece mil millones de años luz de distancia de la tierra, en números redondos. En la legítima satisfacción de la iglesia había, sin embargo, una sombra negra. Discutían los teólogos, y no se ponían de acuerdo, acerca de las razones que indujeron a dios a mandar regresar súbitamente a la muerte, sin ni siquiera dar tiempo de llevar la extremaunción a los sesenta mil moribundos que, privados de la gracia del último sacramento, habían expirado en menos que cuesta decirlo. La duda de que dios tendría autoridad sobre la muerte o, por el contrario, la muerte sería el superior jerárquico de dios, torturaba en sordina las mentes y los corazones del santo instituto, donde aquella osada afirmación de que dios y la muerte eran las dos caras de la misma moneda fue considerada, más que una herejía, abominable sacrilegio. Esto era lo que se vivía por dentro. A los ojos del mundo lo que le preocupaba realmente a la iglesia era su participación en el funeral de la reina madre. Ahora que los sesenta y dos mil muertos comunes ya descansaban en sus últimas moradas y no entorpecían el tráfico de la ciudad, llegaba la hora de llevar a la veneranda señora, convenientemente encerrada en su ataúd de plomo, al panteón real. Como los periódicos no se olvidaron de escribir, se pasaba una página de la historia."

martes, 6 de julio de 2010

Tristano muere. Antonio Tabucchi

"El problema consiste en los mármoles del Partenón... es eso lo que Tristano quisiera que tú pidieras, los mármoles que un lord inglés que estaba de embajador en Turquía cuando los otomanos sojuzgaban Grecia hizo desollar del Partenón para llevárselos a Gran Bretaña, como alguien que se encontrase en una carretera desierta a una señora desmayada y le arrancara el collar para llevárselo a su mujer... Eso precisamente, desollado, ésa es la palabra, escritor, los peones de aquel bandido le dieron al pico y a la maza... hace muchos años leí la descripción detallada de uno que asistió al estupro, pero prefiero ahorrártela... Verás, no es que se cogieran un cuadro, que está bien en cualquier pared, robaron un paisaje... los defensores del robo sostienen ciertas teorías... qué sé yo, que los frisos en el British Museum están magníficamente iluminados... como si el sol de Grecia fuera menos luminoso que las luces de neón inglesas... o bien que cuando el lord se los llevó, no eran ya los frisos del templo originario, dado que los otomanos lo habían transformado en una mezquita... bonito razonamiento, pero los otomanos sólo habían cambiado su contenido, que es cosa nimia, qué cuesta sustituir a un dios por otro, no habían cambiado en absoluto el continente... qué simpáticos, ya me gustaría verlos, a estos brillantes teóricos, si se encontraran los pináculos de su abadía de Westminster en el museo de Atenas... El lord en cuestión se llamaba Elgin, Lord Elgin, escríbelo, no sea que los ingleses vayan a confundirlo con cualquier otro lord, con todos los lores que hay en Inglaterra..."

viernes, 2 de julio de 2010

El loro de Flaubert. Julian Barnes

"Esta estatua no es el original. Los alemanes se llevaron al primer Flaubert en 1941, junto con las verjas y las aldabas. Es posible que la transformaran en insignias para sombreros. Durante un decenio, aproximadamente, el pedestal quedó vacío. Luego, un alcalde de Rouen que era un entusiasta de las estatuas consiguió encontrar el molde, obra de un ruso que se llamaba Leopold Bernstamm, y el ayuntamiento aprobó la realización de un nuevo vaciado. Rouen adquirió para sí misma una estatua como debe ser, de metal, con un noventa y tres por ciento de cobre y un siete por ciento de estaño: los fundidores, la empresa Rudier de Chatillon-sous-Bagneux, afirman que esta aleación está garantizada contra la corrosión. Otras dos ciudades, Trouville y Barentin, participaron económicamente en el proyecto y recibieron sendas estatuas de piedra. Que no han resistido tan bien la intemperie. El muslo derecho de Flaubert ha tenido que ser remendado en Trouville, y se le han caído fragmentos del mostacho: los alambres estructurales asoman como ramitas del pedazo de cemento armado que hay en su labio superior."