martes, 19 de enero de 2010

Cabeza de perro. Morten Ramslad.

"Nos gustaría saber cómo sobrevive, nos gustaría muchísimo, para ser exactos. Deseamos saber cómo se prepara el terreno para que yo, el pequeño, y mi hermana Stinne, la mayor, podamos venir al mundo, pero el abuelo se cierra en banda y bebe más aguardiente. Hicieran lo que le hiciesen los alemanes, no quiere contarlo.
-Había que elegir entre morir y perder la vida -se limita a decir.
Acaba de ver una señal de tráfico calle abajo que le ha pareci­do un alemán con un rifle. La abuela sacude la cabeza, resignada, y cambia de tema. El abuelo anda con bastón y ha engordado bas­tante. No como cuando volvió de Buchenwald a casa, pasando por Neuengamme, en los autobuses blancos de la Cruz Roja y no era más que un esqueleto. Me imagino al abuelo como una fina línea con una enorme cabeza redonda, sentado en la parte de atrás del autobús.
- ¿Qué mas ocurrió, abuelo? -pregunta Stinne.
Pero prefiere hablar de todas las veces que, de niño, estuvo en el puerto de Bergen para recibir a su padre cuando el Katari­na arribaba después de pasar meses en el mar. El reencuentro siempre lo llenaba de miedo y alegría por igual, ya que, tras la cena de bienvenida, su madre leía en voz alta la libreta negra donde estaban apuntadas con esmerada caligrafía todas las pi­llerías de Askild. Entonces su padre sacaba el cinto del armario para que recibiera los azotes acumulados durante todo ese tiem­po."

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