viernes, 1 de agosto de 2008

Cabezas verdes, manos azules. Paul Bowles


"Marraquech es una ciudad de grandes distancias, plana como una mesa. Cuando sopla el viento el polvo rosáceo del llano se eleva hacia el cielo y oscurece el sol; la ciudad entera, que está enjabelgada de una cal hecha con la tierra rosada sobre la que se encuentra construida, reluce al rojo vivo con una luz de cataclismo. De noche, vista desde la ventanilla del automóvil, no parece muy distinta de de nuestras ciudades del Oeste: kilómetros y kilómetros de luces que se extienden en línea recta por la llamura. Sólo de día se ve que la mayoría de estas luces no iluminan otra cosa que palmerales y descampados vacíos. A lo largo de los años se ha permitido circular a automóviles y a carros de caballos, de los que todavía hay muchos, en las calles situadas fuera de la medina, pero hay que ser un valiente para conducir un coche en el laberinto de callejuelas serpenteantes y llenas de cargadores, bicicletas, carretas, burros y viandantes. Además el único modo de ver algo de la medina es caminando. Para meterte realmente en ella tienes que pisar el polvo y notar en la cara el olor abrasante y polvoriento de los muros de barro."

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