"-¿Qué me dices de Tolosa? -preguntó-. ¿Qué ha ocurrido aquí? Hubert cruzó los tobillos, apoyó un brazo en la mesa y recostó el otro sobre la cadera.
-Bueno, el nuevo papa se ha mostrado muy decidido a acabar con la herejía. Guzmán quizá esté muerto, pero su descendencia espiritual está por todas partes. Últimamente no puedes dar ni un paso sin tropezarte con un fraile con la oreja pegada al suelo y la nariz vuelta hacia el olor de la herejía, así que no me extraña que los llamen los perros de Dios. -Chasqueó la lengua antes de seguir hablando-: Los cátaros por lo menos te dejan tomar tus propias decisiones..., pero si no estás de acuerdo con los frailes negros, se te llevan para interrogarte y nadie vuelve a verte, a menos que sea encadenado a un poste o atado a la picota mientras te azotan delante de la basílica.
-Lo recuerdo -murmuró Domingo.
-No; no lo recuerdas -le contradijo Hubert, con el rostro repentinamente ensombrecido-. Ahora la situación es mucho peor que cuando vivías aquí. El papa Gregorio tiene el bocado bien sujeto entre los dientes. ¿Todavía no has salido a la calle?
-Cabalgué un rato ayer.
-Bueno, pues échale un buen vistazo. Hay túnicas negras por todas partes y gentes que llevan capas con cruces amarillas cosidas para indicar que son herejes arrepentidos; en realidad el único delito que han cometido ha sido el de haberse cruzado con un verdadero hereje en la calle. Ahora es preferible que te vean ir a misa cada día y adorar el crucifijo. Lleva una cruz colgada del cuello, y otra bordada en la sobreveste. Apresúrate a arrodillarte sin pensártelo dos veces cuando estés dando un paseo. -Hubert se pasó el dorso de la mano por el labio superior-. ¿Sabes qué otras cosas están ocurriendo, muchacho?
Domingo negó con la cabeza.
-Pues que los frailes se niegan a permitir que el viejo conde Raimundo sea enterrado en suelo sagrado. Su ataúd ya lleva casi nueve años en una estancia del hospital de San Juan, y eso que ni siquiera llegó a ser condenado por herejía. -El cocinero torció el gesto-. Soy un buen católico y no quiero que nadie piense lo contrario, pero me parece que han ido demasiado lejos. -Señaló a Domingo con su cuchillo-. No utilices la mano izquierda a menos que te veas obligado a hacerlo. Considerarán que es la marca del diablo, y el conde no se encuentra aquí para aplastar a quienes defienden esas ideas."
-Bueno, el nuevo papa se ha mostrado muy decidido a acabar con la herejía. Guzmán quizá esté muerto, pero su descendencia espiritual está por todas partes. Últimamente no puedes dar ni un paso sin tropezarte con un fraile con la oreja pegada al suelo y la nariz vuelta hacia el olor de la herejía, así que no me extraña que los llamen los perros de Dios. -Chasqueó la lengua antes de seguir hablando-: Los cátaros por lo menos te dejan tomar tus propias decisiones..., pero si no estás de acuerdo con los frailes negros, se te llevan para interrogarte y nadie vuelve a verte, a menos que sea encadenado a un poste o atado a la picota mientras te azotan delante de la basílica.
-Lo recuerdo -murmuró Domingo.
-No; no lo recuerdas -le contradijo Hubert, con el rostro repentinamente ensombrecido-. Ahora la situación es mucho peor que cuando vivías aquí. El papa Gregorio tiene el bocado bien sujeto entre los dientes. ¿Todavía no has salido a la calle?
-Cabalgué un rato ayer.
-Bueno, pues échale un buen vistazo. Hay túnicas negras por todas partes y gentes que llevan capas con cruces amarillas cosidas para indicar que son herejes arrepentidos; en realidad el único delito que han cometido ha sido el de haberse cruzado con un verdadero hereje en la calle. Ahora es preferible que te vean ir a misa cada día y adorar el crucifijo. Lleva una cruz colgada del cuello, y otra bordada en la sobreveste. Apresúrate a arrodillarte sin pensártelo dos veces cuando estés dando un paseo. -Hubert se pasó el dorso de la mano por el labio superior-. ¿Sabes qué otras cosas están ocurriendo, muchacho?
Domingo negó con la cabeza.
-Pues que los frailes se niegan a permitir que el viejo conde Raimundo sea enterrado en suelo sagrado. Su ataúd ya lleva casi nueve años en una estancia del hospital de San Juan, y eso que ni siquiera llegó a ser condenado por herejía. -El cocinero torció el gesto-. Soy un buen católico y no quiero que nadie piense lo contrario, pero me parece que han ido demasiado lejos. -Señaló a Domingo con su cuchillo-. No utilices la mano izquierda a menos que te veas obligado a hacerlo. Considerarán que es la marca del diablo, y el conde no se encuentra aquí para aplastar a quienes defienden esas ideas."