"La verdad es que valía la pena oír hablar a Mr. Lucian Gregory -el poeta de los cabellos rojos- aun cuando sólo fuera para reírse de él. Disertaba el hombre sobre la patraña de la anarquía del arte y el arte de la anarquía, con tan impúdica jovialidad que -no siendo para mucho tiempo- tenía su encanto. Ayudábale, en cierto modo, la extravagancia de su aspecto, del que él sacaba el mayor partido para subrayar sus palabras con el ademán y el gesto. Sus cabellos rojo oscuro -la raya en medio- eran como de mujer, y se rizaban suavemente cual en una virgen prerrafaelista. Pero en aquel óvalo casi santo del rostro su fisonomía era tosca y brutal, y la barba se adelantaba en un gesto desdeñoso de cockney, de plebe londinense; combinación atractiva y temerosa a la vez para un auditorio neurasténico: preciosa blasfemia en dos pies, donde parecían fundirse el ángel y el mono."
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