"El cauce se abría ante nosotros y se cerraba a nuestro paso, como si la selva se hubiera apoderado del río lentamente para cortarnos la retirada. Penetrábamos poco a poco hacia el corazón de las tinieblas. Todo estaba en calma. Por las noches oíamos a veces el retumbar de los tambores, que atravesaba la cortina de árboles, ascendía por el río y permanecía suspendido en el aire, sobre nuestras cabezas, hasta el primer albor del día. No sabíamos si significaba la guerra, la paz o una plegaria. Más tarde, el descenso de una fría calma anunciaba la llegada del amanecer; los leñadores dormían, aunque sus hogueras seguían ardiendo, con el fuego ya bajo; el crujido de la leña al partirse bastaba para sobresaltarnos. Éramos vagabundos en una tierra prehistórica, en una tierra que tenía el aspecto de un planeta desconocido. Podríamos habernos engañado pensando que éramos los primeros en tomar posesión de una herencia maldita, que sólo nos sería entregada al precio de una profunda angustia y un esfuerzo excesivo. Pero, súbitamente, mientras surcábamos un recodo, vislumbrábamos una cerca de juncos, los tejados puntiagudos de unas chozas, el estallido de unos gritos, un torbellino de cuerpos de piel negra, una masa de manos dando palmas, de pies saltando, de caderas que se balanceaban, de ojos que nos seguían a través del follaje, tupido e inmóvil. El vapor se deslizaba lentamente bordeando un negro e incomprensible frenesí."
sábado, 31 de julio de 2010
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