"... Claro que prefería que ganara la República, le dijo: pero no estaba seguro de la clase de República que habría en España al final de la guerra, y menos aún de si a él le sería permitido regresar a ella, o si lo desearía. Todo lo destruido con tanta saña debería ser levantado de nuevo; plantados los árboles arrancados de cuajo por las bombas o talados para hacer leña; restablecidas las tuberías reventadas, los rieles de ferrocarril retorcidos en el aire sobre las montañas de adoquines; reconstruidos los puentes dinamitados por ejércitos que se retiraban; alzados de nuevo los postes y cables de teléfonos que había costado tanto tender. Pero quién iba a resucitar a los muertos o a devolver los brazos o las piernas a los mutilados, a pintar los cuadros o imprimir los libros únicos quemados en las hogueras, a mitigar el luto o el odio, a reconstruir las bibliotecas y las iglesias y los laboratorios y las casas de vecindad que costó tanto levantar y que fueron arrasadas en el curso de una tarde, de una sola noche. Y cómo iban a gobernar España los mismos insensatos, los mismos criminales, los mismos alucinados que la habían arrastrado al desastre, cada uno con su grado de irresponsabilidad y sinrazón, todos, salvo unos cuantos, inmunes al remordimiento y a la amarga cordura del que ha escarmentado..."
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