
domingo, 29 de marzo de 2009
Bartleby, el escribiente. Herman Melville.

sábado, 28 de marzo de 2009
Sauce ciego, mujer dormida. Haruki Murakami.

"Mis amigos también contaban, más o menos, con la misma edad. Veintisiete, veintiocho, veintinueve años... Una edad poco adecuada para morir. Los poetas mueren a los veintiún años; los revolucionarios y las estrellas del rock, a los veinticuatro. Una vez superada esa edad parece que, de momento, estés a salvo. Como mínimo, eso es lo que presupone la mayoría de la gente. Ya has dejado atrás la legendaria curva fatídica, ya has cruzado el túnel lúgubre y oscuro. Tienes por delante una recta autopista de seis carriles por la que (aunque no te apetezca demasiado) puedes volar hacia tu destino. Te cortas el pelo, te afeitas todas las mañanas. Ya no eres poeta, ni revolucionario, ni estrella del rock. Ya no duermes la borrachera dentro de una cabina telefónica, ni bebes hasta perder el sentido, ni escuchas ningún LP de los Doors a todo volumen a las cuatro de la madrugada. Has suscrito un seguro de vida por conveniencia, has empezado a beber en los bares de los hoteles, desgravas de los impuestos la factura del dentista. Porque tú ya tienes veintiocho años."
domingo, 15 de marzo de 2009
Madame Bovary. Gustave Flaubert

viernes, 6 de marzo de 2009
Un día en la vida de Iván Denisovich. A. Solzhenitsin

En realidad, las cosas ocurrieron así: en febrero de 1942 encerraron a todo el ejército en una bolsa del frente, y de los aviones ya no tiraban comida, pues no debían quedar aviones. Llegaron incluso a raspar los cascos de los caballos que reventaron, mezclando luego esa materia córnea con agua, para comérsela. Tampoco había con qué disparar. Así, los alemanes los cazaron en grupos a través de los bosques, haciéndolos prisioneros. Con uno de estos grupos, Shujov estuvo unos días en cautiverio, aún dentro de los bosques, y luego se escapó con otros cuatro. Ocultándose en los bosques y los pantanos, encontraron al fin, como por milagro, las propias tropas. Un tirador de ametralladoras segó a dos de ellos allí mismo, el tercero murió a consecuencia de las heridas; los dos restantes consiguieron pasarse. Habría sido mejor decir que se perdieron en los bosques, y no hubiera ocurrido nada. Pero ellos confesaron abiertamente: prisioneros de los alemanes. ¿Conque prisioneros? ¡Hijitos de puta! Son agentes fascistas. Si hubieran sido cinco, se habrían comparado sus declaraciones, y les habrían creído, pero siendo dos, ¡imposible! Los muy canallas se han puesto perfectamente de acuerdo en esa historia de la fuga."
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