"Aquel año el verano comenzó en el mes de mayo. Se anunció con ráfagas de viento hirviente, un viento que el África soplaba por encima de todo el Tirreno y no encontraba obstáculos de colinas o de montes. Desde el tiempo de las langostas no se había visto nada parecido. Corría sobre las tanche floridas, sobre los prados donde ya asomaba el trigo, y a su paso todo parecía retorcerse y chamuscarse, como cuando en agosto estallaban los incendios en los bosques. En el pueblo desolado caía una espesa lluvia de arena, que recluía a los hombres en las casas cerradas a cal y canto. Del campo llegaban siniestros gañidos de animales extraviados. Sólo al atardecer, cuando caía el sol, aparecía alguna sombra en el café y en la farmacia: don Sebastiano, don Serafino con el pañuelo entre el cuello y la camisa, Bartolino y los demás con la camisa desabrochada, todos ellos resignados a su destino. Bustianu Pirari decía que eran aquellas rameras partidas a Tunisi a parir el bastardo."
martes, 31 de agosto de 2010
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