"Del balcón izquierdo superior, del que correspondía al tercer piso, la mirada de Mol pasó a la ventana aledaña.
El marco contenía el ojo más vacío: unos cristales sucios que podían perfectamente adivinarse tras la persiana rota y caída hacia un lado.
La ventana correspondía a la alcoba matrimonial. El cuerpo de Beda Covado apareció tendido en la cama, entre las sábanas sangrientas, con la cabeza inclinada sobre el hombro izquierdo, como si el peso y el susto de la muerte no le hubiesen permitido otro gesto que el de ese leve vencimiento.
Su esposo Melandro estaba en una de las habitaciones traseras, también en la cama, tendido a través de ella, los ojos abiertos y atónitos en lo que la muerte pudiera depositar de sorpresa en el sueño, un horror sobre el que Abacio de Lama, el Forense, comentó que podía provenir precisamente de él, del propio sueño asesinado, ya que no era la primera vez que examinaba el cadáver de alguien a quien hubieran matado dormido."
El marco contenía el ojo más vacío: unos cristales sucios que podían perfectamente adivinarse tras la persiana rota y caída hacia un lado.
La ventana correspondía a la alcoba matrimonial. El cuerpo de Beda Covado apareció tendido en la cama, entre las sábanas sangrientas, con la cabeza inclinada sobre el hombro izquierdo, como si el peso y el susto de la muerte no le hubiesen permitido otro gesto que el de ese leve vencimiento.
Su esposo Melandro estaba en una de las habitaciones traseras, también en la cama, tendido a través de ella, los ojos abiertos y atónitos en lo que la muerte pudiera depositar de sorpresa en el sueño, un horror sobre el que Abacio de Lama, el Forense, comentó que podía provenir precisamente de él, del propio sueño asesinado, ya que no era la primera vez que examinaba el cadáver de alguien a quien hubieran matado dormido."
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