"... A veces me decía que no debía quedarme más rato allí sentado y que tendría que levantarme e irme. A veces en el silencio de la noche resonaba en todo el barrio el eco del cierre a toda velocidad de la reja del barbero del bajo de enfrente, que trabajaba hasta tarde, después de despedir al último cliente. A veces cortaban el agua y no venía durante dos días. A veces oíamos un movimiento distinto al de las llamas en la estufa de carbón. A veces iba también al día siguiente sólo porque la tía Nesibe me había dicho: «Ya que le han gustado tanto las judías verdes, ¡venga mañana antes de que se acaben!». A veces hablábamos de temas como la pugna norteamericano-soviética, la guerra fría, o de los buques soviéticos que pasaban de noche por el Bósforo y de los submarinos americanos que patrullaban el Mármara. A veces la tía Nesibe decía: «¡Qué calor hace esta noche!». A veces comprendía por la cara de Füsun que se había ensimismado en sus ensoñaciones y me habría gustado ir al país con el que soñaba, pero me veía como un caso totalmente perdido, a mí mismo, mi vida, mi seriedad, mi forma de sentarme a la mesa. A veces los objetos de la mesa me parecían montañas, valles, colinas, mesetas y hondonadas...."
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