" El doctor Zarangüeta dijo:
-Esta niña está triste... esta niña tiene algo que la está royendo por dentro... ¿Dónde está su madre, por Dios...?
Pero yo sabía que no se trataba de las ausencias -más o menos frecuentes- de mamá: era sentirme privada de la compañía de Gavi, de nuestro territorio de lecturas conjuntas, muy bien enmarcado en el trocito de alfombra donde nos tendíamos a leer. Nuestras confidencias a través del Teatro de los Niños, y la historia bordada en oro y pájaros, que extendía ante nuestros ojos Teo... y a Zar, que cuando no saltaba tras la pelota, se tendía con las patitas delanteras juntas, el morro encima, y mirándonos de reojo, en su particular parcela de alfombra, en la otra esquina, con sus correspondientes rombos y círculos azules y marrones. Ésa era mi tierra, ésa era mi ciudad.
Y, por vez primera, supe lo que era la añoranza, porque empezaron a revivir en mi memoria las tardes en que Teo dejaba de coser, y yo vi por primera vez un samovar."
-Esta niña está triste... esta niña tiene algo que la está royendo por dentro... ¿Dónde está su madre, por Dios...?
Pero yo sabía que no se trataba de las ausencias -más o menos frecuentes- de mamá: era sentirme privada de la compañía de Gavi, de nuestro territorio de lecturas conjuntas, muy bien enmarcado en el trocito de alfombra donde nos tendíamos a leer. Nuestras confidencias a través del Teatro de los Niños, y la historia bordada en oro y pájaros, que extendía ante nuestros ojos Teo... y a Zar, que cuando no saltaba tras la pelota, se tendía con las patitas delanteras juntas, el morro encima, y mirándonos de reojo, en su particular parcela de alfombra, en la otra esquina, con sus correspondientes rombos y círculos azules y marrones. Ésa era mi tierra, ésa era mi ciudad.
Y, por vez primera, supe lo que era la añoranza, porque empezaron a revivir en mi memoria las tardes en que Teo dejaba de coser, y yo vi por primera vez un samovar."
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